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lunes, 24 de septiembre de 2012

EXPLOTACIÓN A TASAS CHINAS: LOS TALLERES TEXTILES EN ARGENTINA


A partir del segundo semestre de 2002 la economía argentina inició un proceso de crecimiento que, a pesar de algunos altibajos, se ha mantenido hasta la actualidad. Dicho proceso se desarrolló en el marco de condiciones capitalistas de organización de la producción, que incluyen, por supuesto, la explotación de los trabajadores. No pretendemos volver a inventar la pólvora, pero nos vemos en la obligación de recordar esto dado que muchos políticos e intelectuales consideran que dicho crecimiento económico es un jalón en la emancipación nacional y social de nuestro pueblo. Otros, con mayor modestia, consideran que los trabajadores han alcanzado el logro más importante que les es dado alcanzar en este mundo: tener trabajo. Nosotros pensamos que unos y otros son, cuanto menos, maestros de la ironía o humoristas incorregibles. Maestros del humor negro, para ser más exactos.

A continuación reproducimos varios fragmentos de una entrevista  realizada a Delia, quien trabajó durante un año en un taller textil clandestino ubicado en el Gran Buenos Aires. Los dueños del taller eran sus tíos, quienes la convencieron a ella y otras tres personas (dos mujeres y un hombre) a viajar desde Bolivia para trabajar en este país. La entrevista forma parte del libro de los Colectivos Simbiosis y Situaciones (2011). De chuequistas y overlockas: Una discusión en torno a los talleres textiles. Buenos Aires: Tinta Limón. La entrevista completa se encuentra en las pp. 57-82.

El contenido exime de mayores comentarios. Las preguntas formuladas a Delia han sido puestas en negrita para una mejor lectura de la entrevista.

¿Y qué sensación tenías cuando llegaste y te encontraste que tenían que vivir así?
Y, yo no estaba acostumbrada. Porque en Bolivia compartíamos piezas con chicos y chicas, pero eso era demasiado. Había una cosa que sí me llamó la atención en ese momento. Cuando bajamos del coche de mi tío, vinieron las hermanas de mi tía y le dicen a mi tío: “llegaron las nuevas esclavas”. Y él les dijo: “Sí, sí, esas son mis nuevas esclavas ahora”. Pero en ese momento no le dimos ni pelota. No habíamos pensado por qué nos decían eso. Cuando nos trajeron nos habían dicho que íbamos a trabajar desde la mañana a 10 de la noche. Nos iban a dar el desayuno, el almuerzo y la cena. Pero después de un tiempo ya no trabajábamos hasta las 10. Nos quedábamos hasta las 11 ó 12 de la noche.

¿El problema era que tenían entregas de trabajo especiales?
No, ellos hacían las prendas para ir a vender a La Salada. Ellos necesitaban las prendas para llevar allá. Pero cualquiera fuera su problema, venían y se desquitaban con nosotras. Y nos exigían más y más cada vez. Llegamos a trabajar jornadas hasta las 3 de la mañana, y  a las 7 ya teníamos que estar trabajando de vuelta. Sólo podíamos parar de trabajar cuando la dueña nos autorizaba. Si no se enojaba mucho.

¿Ella también trabajaba en máquina?
No, ella no hacía nada. Nuestro trabajo, que iba a ser de lunes a viernes de 7 a 22 horas y el sábado desde las 7 hasta el mediodía, sólo se cumplió un mes nada más. Después el sábado pasamos a trabajar hasta las 8 de la noche, y a veces hasta las 10. Terminábamos con la limpieza del cuarto y después teníamos que planchar y alisar las prendas para llevar a La Salada. Los domingos teníamos, a cambio de la comida de los fines de semana, que limpiar toda la casa. Éramos tres chicas y mi primo. Incluso tuvimos que ayudar a pintar las piezas. Hacíamos de todo. Los domingos prácticamente no eran de nosotros porque no descansábamos. Seguíamos limpiando y ordenando hasta las 4 de la tarde. Pero a partir de esa hora, cuando ya estábamos libres, nos poníamos a lavarnos la ropa, a bañarnos. Terminábamos recién a las 8 de la noche.

(…)

¿Y el tiempo para comer?
Nosotras desayunábamos como a las 8 y media unos diez minutos y ni bien terminábamos nos íbamos inmediatamente a trabajar. También almorzábamos rápido para venirnos a trabajar.

(…)

¿A ellos les iba bien? ¿Vendían bien?
Cada vez que podían se iban a Bolivia. Cada vez que había fiesta ellos se iban para allá. (…)

¿Ellos producían para su marca o trabajaban para otras marcas también?
Ellos tenían su propia marca. Trabajaban para su marca nada más. Era ropa para nena: remeras, musculosas y cosas sencillitas que salían al toque y que eran fáciles de hacer.

Iban al puesto de La Salada y se vendía todo…
Sí. Tenían un puesto fijo que lo habían comprado y tenían otros dos puestos más en alquiler. Ahí se vendía todo. Tenían una buena entrada. Incluso tenían unas vendedoras que eran argentinas a las cuales les pagaban 20 pesos por feria o algo así. A ellas también las habían acusado de robarles. Pero siempre teníamos que aguantar porque no teníamos donde ir. Y la garantía que teníamos era el documento que lo tenía ella. Y sin el documento no podés hacer nada.

No había contrato ni nada…
Había un contrato verbal. Pero ni siquiera eso se cumplía.

Les retenían el documento diciéndoles que esa era la garantía para que ustedes se queden…
Sí. Las tres chicas somos las que estuvimos desde el principio hasta el final. Pero cada vez que mi tía iba a Bolivia ella traía nueva gente, dos o tres personas nuevas. Pero esas personas se escapaban o se iban de nuevo a Bolivia porque no aguantaban. Pero con nosotras ella se aseguró de que no nos vayamos.

¿Vos cuando entraste no sabías usar las máquinas?
Aprendí ahí. Una vez, recuerdo, nos habíamos enfermado. Nos picó algún bicho. Se me infectó la pierna por el pus. Tenía el doble de tamaño. Yo seguía trabajando. Quería ir al médico y no nos dejaban. Me había llegado hasta la cola y no podía sentarme, pero igual tenía que seguir trabajando. No nos dejaban salir porque tenían miedo de que nosotras saliéramos y dijéramos que trabajábamos en un taller. Cuando nos dejó ir al hospital fue porque se asustaron, porque las dos ya llorábamos de dolor. Fuimos a una salita de Laferrere, y cuando la doctora nos vio se asustó. La doctora me puso un montón de anestesia y me decía que no mire. Yo veía que me iba cortando la pierna para que drene el pus. Me había dado unos antibióticos y tenía que ir un par de veces a la semana.”


Buenos Aires, lunes 24 de septiembre de 2012

PEQUEÑAS DELICIAS DE LA PRECARIZACIÓN LABORAL


El caso que sigue a continuación puede ser considerado por algunos como un hecho sin importancia, una pequeña anécdota sin mayor trascendencia. Nosotros pensamos, por el contrario, que en las pequeñas cosas, en las pequeñas anécdotas que afectan la vida cotidiana del trabajador, se esconde el sentido más profundo de nuestra sociedad. 

En estos tiempos que corren el mundo del trabajo carece de importancia para las principales fuerzas políticas de nuestro país. Ni la emancipación nacional y social que promete el progresismo kirchnerista, ni el “capitalismo organizado” que promete la señora presidenta Fernández, ni la “nueva política” que promueve el inefable Mauricio Macri, muestran mayor preocupación por mejorar la situación de los trabajadores. Aunque, nobleza obliga, corresponde decir algo en favor de nuestros líderes políticos: la presidenta Fernández no pierde oportunidad de señalar que los trabajadores deben agradecer el tener trabajo; por su parte, el inefable Mauricio no pierde oportunidad de indicar que los trabajadores deben agradecer el percibir un salario por sus trabajos.

El horizonte de nuestros políticos es el capitalismo. El periodista Eduardo Aliverti, afín al oficialismo,  escribió, con razón, que la oposición no levanta cabeza porque el “kirchnerismo” es la única opción seria para el capitalismo argentino. Negación de la importancia del movimiento obrero y afirmación del carácter natural del capitalismo van de la mano.

El crecimiento de la economía argentina en la última década se edificó sobre las derrotas de la clase trabajadora argentina en las tres últimas décadas. Las “tasas chinas” de crecimiento de la economía en la primera década del siglo XXI fueron posibles, entre otras cosas, por la fragmentación y la debilidad de las organizaciones de los trabajadores, así como también por la fusión de intereses entre funcionarios gubernamentales, empresarios y sindicalistas empresarios. Es por eso que los políticos del “kirchnerismo” y de la autodenominada “oposición” prefieren no hablar de ciertas cosas.

Para no perder de vista las cosas importantes, es preciso volver al mundo del trabajo y los trabajadores, no del modo académico, sino de un modo explícitamente político. En otras palabras, volver a hablar de explotación, de clases sociales y de tantas otras cosas que pasan desapercibidas en estos días, salvo para los sufridos mortales que las sufrimos a diario. El capitalismo se muestra al desnudo en cuanto nos acercamos a la realidad laboral.

La tercerización laboral ha sido uno de los mecanismos implementados bajo el peronismo menemista en los ’90 para debilitar a los trabajadores y fortalecer la posición de los empresarios. Dicho sistema permaneció vivito y coleando en el período “kirchnerista”.

La tercerización consiste en que la empresa principal delega algunas de sus tareas en otras empresas, cuyo régimen laboral es menos benigno con los trabajadores que el de la primera. En las empresas tercerizadas, la explotación de los trabajadores se agudiza y no puede ser eludida con bellas palabras.

A continuación, reproducimos una escucha telefónica realizada por orden judicial en el marco de la causa que se sigue a los asesinos del militante del Partido Obrero, Mariano Ferreyra, asesinado por una patota del sindicato Unión Ferroviaria el 20 de octubre de 2010. Ferreyra participaba de una manifestación de trabajadores tercerizados que reclamaban su incorporación a la planta permanente de la empresa que opera el Ferrocarril Roca. Esta escucha fue recogida por el periodista Diego Rojas en su libro ¿Quién mató a Mariano Ferreyra? (Buenos Aires, Booket, 2012 – la primera edición de la obra es de 2011 - ), pp. 202-204.

La conversación telefónica data del 11 de enero de 2011. Los protagonistas son: Antonio Guillermo Luna, quien para esa fecha era Subsecretario de Transporte Ferroviario (nombrado en 2004) del gobierno de la presidenta Fernández; y Juan Carlos «El Gallego» Fernández, secretario adjunto de la Unión Ferroviaria. Luna fue desplazado de su cargo el 4 de septiembre de 2012 por el ministro del Interior Florencio Randazzo; luego de la masacre de Once, en que murieron 51 personas y 700 resultaron heridas, la situación de Luna se había vuelvo insostenible. Es probable que fuera su “probada” capacidad la que le permitió sobrevivir al gobierno de Néstor Kirchner y al primer mandato de la presidenta Fernández. El sindicalista Fernández, por su parte, mano derecha del sindicalista empresario y secretario general de La Fraternidad, se encuentra en estos días encarcelado y procesado en el juicio a los responsables del asesinato de Mariano Ferreyra.

La charla versa sobre la incorporación de una trabajadora al ferrocarril. El diálogo nos exime de mayores comentarios. Solo podemos agregar que se trata de una pequeña muestras de las delicias que ofrece el trabajo en la Argentina actual, y que muestra a las claras como el lugar de trabajo es un ámbito político, en el sentido de que allí se construye el sometimiento o la rebelión de la clase trabajadora.

La conversación es la siguiente:

“Luna: Hola.

Fernández: ¿Cómo andás?

Luna: Qué mierda te importa.

Fernández: Bueno, está bien, está bien. Tenés derecho a contestar como quieras.

Luna: Ya soy subsecretario.

Fernández: Ya sos subsecretario.

Luna: Por ahora (ríe).

Fernández: Cómo andás.

Luna: Y, para el orto, para el orto…

Fernández: ¿Qué pasó? ¿Levantó el paro el Negro?

Luna: No era paro. (1)

Fernández: Bueno, no. La medida.

Luna: Era trabajo a reglamento. ¿Por qué?

Fernández: Sí, ¿y cómo sigue?

Luna: Y no sé, preguntale al Negro (2), loco, qué me preguntás a mí…

Fernández: Ah, yo pensé que me llamabas por eso.

Luna: Escuchame un poquito, ¿cómo viene la mano? (…) Bueno, loco, anotá un nombre.

Fernández: Un nombre.

Luna: Se llama L. V (3). Para picaboleto.

Fernández: Bueno, ¿dónde está?

Luna: L. V., entrando el sábado o el domingo de esta semana (…)

Fernández: Entonces entra.

Luna: El sábado este y sale el otro sábado a la mañana.

Fernández: Sí. Lo que no dice es el lugar. Esto está complicado, ahora sí que está complicado, déjame que te confirmo. Dale.

Luna: Fijate qué podés hacer.

Fernández: ¿Y qué, uno solo es?

Luna: Si, ella sola.

Fernández: Bueno, déjame que veo y te digo y te llamo.

Luna: Cama matrimonial por si vas vos o yo... Podemos ir a visitar.

Fernández: Jaja.

Luna: Y llevo a José que está acá enfrente mío.

Luna: Que también le da a José, qué problema tiene.

Fernández: Dale, ahora te averiguo… “(4)

Buenos Aires, domingo 23 de septiembre de 2012


NOTAS:

(1) Se refieren al trabajo a reglamento implementado por el sindicato que agrupa a los maquinistas ferroviarios, La Fraternidad, con el objeto de oponerse al ingreso de los trabajadores tercerizados al ferrocarril. Para la mejor comprensión del lector hay que tener en cuenta que el Estado nacional se hace cargo del sueldo íntegro de los trabajadores que trabajan en las empresas tercerizadas en el ámbito de los ferrocarriles. Sin embargo, los trabajadores reciben un monto inferior al depositado por el Estado (un 70% o, inclusive, menos). La diferencia se la embolsan funcionarios, sindicalistas y empresarios. De ahí la oposición de los dirigentes sindicales devenidos empresarios a incorporar a los trabajadores a la planta permanente de la empresa principal, pues ya no quedaría diferencia para “repartir”.

(2) El Negro es Omar Maturana, Secretario General de La Fraternidad.

(3) El autor dice que decidió utilizar solamente las iniciales de esta persona de sexo femenino para resguardar su privacidad.

(4) Rojas comenta el diálogo transcripto: “En el ámbito del ferrocarril es vox populi que una de las formas de acceder a trabajos se da a través de la realización de favores sexuales. Este cronista [Rojas] conversó con muchos ferroviarios que confirmaron este modo de obrar de los responsables de los ingresos a planta o a las tercerizadas: aseguran se incrementó a medida que se agravó la decadencia de la dirección sindical ferroviaria. Este diálogo muestra que las más altas esferas del ámbito, que incluye a funcionarios del gobierno, también formaban parte de esta operatoria.” (p. 204).

sábado, 22 de septiembre de 2012

DEMOCRACIA Y CAPITALISMO SEGÚN EL PROGRESISMO ARGENTINO: NOTAS A UN ARTÍCULO DE ATILIO BORÓN (II)


En la nota anterior hicimos referencia a la tesis de Borón acerca de la existencia de una incompatibilidad entre el neoliberalismo y la democracia. Esta tesis descansa en una particular concepción de la democracia y del capitalismo, que es propia del progresismo.

El capitalismo es una forma de organización social basada en la propiedad privada de los medios de producción y en el trabajo asalariado. Gracias a la propiedad privada, la burguesía explota a los trabajadores, apropiándose de manera gratuita del plusvalor generado en el proceso de trabajo. La explotación de la clase trabajadora (la apropiación de plusvalor) es el mecanismo por el cual la burguesía produce y reproduce su poder social. A diferencia de las clases dominantes propias de formas de organización social anteriores, la burguesía sólo emplea la violencia directa contra el conjunto de la clase trabajadora de manera excepciona. En condiciones normales, ejerce su dominación por medio de la “coerción económica”; desprovistos de medios de producción y envueltos en una sociedad mercantil en la que todo se compra con dinero, los trabajadores se ven compelidos por la fuerza de la necesidad a vender su fuerza de trabajo en el mercado a cambio de un salario. Mientras que en otras sociedades el Estado era indispensable para extraer el excedente de los productores, en el capitalista puede permanecer de manera aparente al margen de la explotación, pues la misma cobra la apariencia de un asunto privado, fruto del acuerdo entre empresarios y trabajadores, rubricado en un contrato. De este modo, se esfuma parcialmente el carácter de instrumento de dominación que posee el Estado en cuanto tal.

A pesar de su carácter esquemático, la descripción presentada en el párrafo precedente es fundamental para comprender la naturaleza de la relación entre capitalismo y democracia. La omnipotencia del empresario en el proceso de producción (él decide qué, cómo y en qué cantidad se produce) es la contracara de la supuesta neutralidad del Estado en los conflictos sociales, argumento esgrimido al momento de defender su carácter de “árbitro” en los mismos. La distinción entre lo público y lo privado, propia del capitalismo, encuentra su basamento en la dictadura del empresario en el lugar de trabajo. Trasladada la explotación al ámbito de lo privado, lo público se constituye como ámbito de la “libertad”. Esta “libertad” es funcional a la dictadura capitalista, pues su presencia anula el carácter político de la dominación capitalista en el lugar de trabajo. Marx expresa esto al aludir a “la doble liberación del trabajador” bajo el capitalismo. En ese sentido, cabe decir que la democracia brota de las entrañas mismas del capitalismo, y que la democracia es tanto más profunda cuanto es más sólida la explotación de los trabajadores.

Capitalismo y democracia no son incompatibles: la democracia capitalista es la garantía más sólida de la profundización de la explotación capitalista, entendida esta última en los términos en que la hemos definido más arriba.

Borón pasa por alto las consideraciones que hemos formulado en los párrafos precedentes. Para defender su tesis de la incompatibilidad entre capitalismo y democracia, Borón se ve obligado a efectuar una seria de reducciones. La primera de ellas consiste en reducir el capitalismo a “los mercados”. No es casual que el apartado del artículo dedicado a analizar la incompatibilidad entre capitalismo y democracia se titula precisamente “Mercados y democracia. Cuatro contradicciones” (p. 104).

Borón caracteriza a la globalización como un período de “auge de los mercados” (p. 104). Más en detalle: “la naturaleza de los mercados, las clases y las instituciones económicas del capitalismo cambió extraordinariamente a lo largo del último medio siglo” (p. 118).

¿En qué consisten los cambios experimentados por el capitalismo entre 1950 y 2000?

Borón afirma que: “Los mercados se han vuelto crecientemente oligopólicos, su competencia despiadada, y la gravitación de las firmas planetarias es inmensa. Además se proyectan en una dimensión planetaria.” (p. 118). O sea, su definición de la globalización gira en torno a la consideración del mercado como el nivel privilegiado del análisis, y al reconocimiento de que las empresas transnacionales (ETN a partir de aquí) se han convertido en los factores decisivos en la economía capitalista.

Borón remarca el peso adquirido por las ETN en la economía mundial, y el impacto político del mismo: “Nos importa, ante todo, señalar la magnitud del desequilibrio existente entre el dinamismo de la vida económica – que ha potenciado la gravitación de las grandes firmas y empresas monopólicas en las estructuras decisorias nacionales – y la fragilidad o escaso desarrollo de las instituciones democráticas eventualmente encargadas de neutralizar y corregir los crecientes desequilibrios entre el poder económico y la soberanía popular en los capitalismos democráticos.” (p. 119; la cursiva es mía). Más aún: “En virtud de estas transformaciones, los monopolios y las grandes empresas que «votan todos los días en el mercado» han adquirido una importancia decisiva (…) en la arena donde se adoptan las decisiones fundamentales de la vida económica y social.” (p. 120). “…las empresas transnacionales y las gigantescas firmas que dominan los mercados se han convertido en protagonistas privilegiados de nuestras débiles democracias.” (p. 121). Para Borón, las ETN que dominan los mercados se han vuelto más poderosas que los Estados, y son ellas las que toman las decisiones fundamentales de la vida económica, social y política. La explicación es seductora y resulta atractiva para el progresismo, pues permite imaginar al capitalismo como un sistema gobernado por una “mesa chica” de ETN (las “corporaciones” tan caras a nuestro discurso progresista). Las teorías conspirativas se sienten en su salsa en este escenario. Los “malos” pueden ser identificados y todos contentos. No obstante, cabe acotar que, como ocurre al momento de fundamentar el carácter de la globalización, Borón aporta muy pocas pruebas de sus lapidarias afirmaciones. En el artículo analizado, hay apenas algunos datos comparativos sobre el tamaño de las ETN y el PBI de varios Estados (p. 119).

“El predominio de los nuevos leviatanes en esta «segunda decisiva arena» de la política democrática, que es la que verdaderamente cuenta a la hora de tomar las decisiones fundamentales, confiere a aquéllos una gravitación fundamental en la esfera pública y en los mecanismos decisorios del Estado, con prescindencia de las preferencias en contrario que, en materia de políticas públicas, ocasionalmente pueda expresar el pueblo en las urnas.” (p. 121). El camino que va desde la centralidad del mercado y la hegemonía del capital financiero hasta la entronización de las ETN como sujetos decisivos de la economía capitalista, termina conduciendo a una teoría conspirativa del capitalismo, que postula que las políticas estatales son dictadas por los “leviatanes” (las ETN). La globalización no sería otra cosa que la expresión de la voluntad de estas empresas. Cabe decir que este argumento, desarrollado por el progresismo durante la década del ’90, se modificó en su forma, pero no en su esencia, en la primera década del siglo XXI.  Así, por ejemplo, el “kirchnerismo” afirmó repetidas veces que su enemigo eran las corporaciones, planteando que existía un antagonismo entre éstas y la reafirmación de la acción estatal. Tanto en uno y otro caso, las interpretaciones progresistas niegan el carácter de clase del Estado, atribuyéndole a las ETN (hoy las corporaciones) todos los males del mundo. Según este punto de vista, el capitalismo no es una totalidad, una forma de organización social total, sino que es un rejuntado de lógicas individuales, entre las que priman las de las ETN. Para lograr esto es preciso dejar de lado el nivel de la producción. En otras palabras, se deja de lado la explotación de la clase obrera por la clase capitalista y se pasa al terreno gelatinoso de la “maldad” y /o el “egoísmo” de las corporaciones. El lector imaginará ya que clase social se beneficia con la adopción de esta concepción de la sociedad…

“La fenomenal aceleración experimentada por la velocidad de rotación del capital – gracias al desarrollo de la microelectrónica, las telecomunicaciones y la computación -  (…) Por una parte, (…) estas modificaciones en el desarrollo de las fuerzas productivas tuvieron una influencia considerable (…) a la hora de definir la pugna hegemónica en favor del capital financiero y en desmedro de los sectores de la burguesía más ligados a la producción de bienes y servicios, revirtiendo de ese modo el resultado que había cristalizado en la fase de la inmediata posguerra.” (p. 118). A la caracterización de la globalización formulada en el párrafo anterior hay que agregarle, pues, la hegemonía del capital financiero sobre la burguesía industrial. Hay que decir que Borón es muy parco al abordar esta cuestión, a punto tal que no vuelve a tratar el tema en el resto del artículo. La resolución de la supuesta pugna hegemónica entre capital financiero y capital industrial se despacha con el pasaje citado.

La teoría de Borón sobre la globalización puede ser resumida así: la nueva etapa del capitalismo se caracteriza por el predominio del capital financiero sobre el capital industrial y por el dominio de las ETN sobre los Estados.

Ahora bien, hasta donde sabemos, el capitalismo es una forma de organización social estructurada en torno a la apropiación por la burguesía del plusvalor generado por la clase trabajadora. Suena antiguo, pero ninguna “revolución cultural” ha conseguido modificar este dato de la realidad. La fuente primordial del poder capitalista se encuentra en el nivel de la producción, entre otras cosas, porque sin plusvalor no hay capital ni dominación capitalista. Suena simple, y probablemente sea esquemático, pero lo simple es lo más difícil de aprehender en el campo de la teoría social.  

Decir que se ha producido un desplazamiento del poder desde el capital industrial hacia el capital financiero implica oscurecer el papel de la producción en la constitución de la sociedad capitalista. Implica dejar de lado, como cosa secundaria, aquello que la mayoría de las personas hacen la mayor parte de sus vidas, que es trabajar.

El argumento de Borón parece impresionante y cuenta con muchos adeptos en estos tiempos que corren. El capitalismo ha sido corrompido por la especulación desarrollada a partir de la hegemonía del capital financiero, y se trata de volver a su pureza virginal, encarnada por el capital industrial. Sin embargo, por mucho que se esfuerce Borón, un peso depositado en un banco no se reproduce a sí mismo por el mero hecho de estar depositado allí. El dinero no engendra dinero, no se fecunda a si mismo. Para poder multiplicarse, requiere ser incorporado al ciclo del capital productivo. Si esto no ocurre, no hay capital financiero que valga. A lo sumo, si se crea dinero “ficticio”, las crisis con su tendal de destrucción de fuerzas productivas, se encargan de poner las cosas en orden. Nada nuevo bajo el sol, pero Borón deja prolijamente de lado estas cuestiones.

Para hacerse una idea del significado político de la teoría defendida por Borón es conveniente revisar su descripción de la impotencia política de los trabajadores bajo el imperio de la globalización: “Los trabajadores podrán organizar huelgas, invadir tierras, ocupar fábricas y sitios urbanos, y casi invariablemente la respuesta oficial oscilará entre la represión y la indiferencia, pero pocas veces será el temor.” (p. 121). Borón sitúa las causas de dicha impotencia en el nivel del mercado, en la omnipotencia de las ETN que dominan los mercados y en el predominio del capital financiero. Y deja de lado las derrotas que profundizaron la debilidad de la clase obrera en el nivel de la producción. En un sentido, en la teoría de la globalización planteada por Borón, los trabajadores aparecen un una posición de exterioridad frente al centro de la sociedad, que es el mercado.

En la nota siguiente examinaremos las consecuencias políticas de la concepción de la globalización defendida por Borón.

Buenos Aires, sábado 22 de septiembre de 2012

sábado, 15 de septiembre de 2012

NOTAS DE METODOLOGÍA: OPERACIONALIZACIÓN Y NIVELES DE MEDICIÓN.




FICHA DE LECTURA: MANHEIM Y RICH, ANÁLISIS POLÍTICO EMPÍRICO. MÉTODOS DE INVESTIGACIÓN EN CIENCIA POLÍTICA (CAP. 6) (1)

Los autores dedican este capítulo al estudio del proceso “por el que, a partir de un concepto abstracto, llegamos a formular una observación concreta en la investigación en ciencias sociales.” (p. 67). “En este capítulo describiremos estos procesos en detalle  [Operacionalización e instrumentación] y expondremos los problemas que pueden plantearse al tratar de operacionalizar y medir los conceptos.” (p. 68). “Se trata de saber cómo podemos cuantificar nuestros conceptos” (p. 68).

Las teorías son relevantes para el estudio de la realidad política en la medida en que permitan derivar de ellas “expectativas” sobre el comportamiento de esa realidad. Es habitual que dichas expectativas se expresen por medio de hipótesis (2).

“La investigación empírica es un medio de obtener respuestas sobre la realidad. Nuestras preguntas pueden ser esencialmente prácticas o de interés principalmente académico. En cualquiera de los casos, lo probable es que las formulemos en términos abstractos. Y, sin embargo, las respuestas que deseamos suelen ser concretas y específicas. Uno de los primeros problemas de la investigación es el de idear el modo de obtener, partiendo del nivel abstracto de las preguntas, algunas observaciones concretas que nos permiten responder a ellas.” (p. 67). [Carácter opaco de la realidad – Construcción del objeto de estudio – operacionalización.]

[Superación del ensayismo. Superación de la filosofía política por las ciencias sociales.]

Sólo a partir de la obtención de respuestas concretas es posible la comparación. [Hay que recordar que la comparación es una de las principales herramientas metodológicas de las ciencias sociales.]

Algunos términos utilizados aquí:

Operacionalización. Es el proceso de selección de fenómenos observables que representan a los conceptos abstractos. (p. 68).

Instrumentación. Consiste en “la especificación de los pasos que han de darse al formular observaciones” (p. 68).

Medición. Se denomina así a “la asignación de números que representan propiedades” de los conceptos (p. 73). Es el resultado de la aplicación de un instrumento de recolección de datos. Desde el punto de vista del proceso de investigación, “sirve de prueba al tomar decisiones y contestar las preguntas.” (p. 68).

A partir de lo anterior, “se trata de saber cómo podemos cuantificar nuestros conceptos” (p. 68). Las ciencias sociales, al igual que las ciencias naturales, tienen que resolver la cuestión de cómo transformar sus conceptos en medidas susceptibles de ser comparadas entre sí. La operacionalización es, precisamente, el proceso de reducción de un concepto abstracto a un conjunto de valores que pueden obtenerse mediante operaciones especificables. La observación es, por tanto, el “proceso de aplicar un instrumento de medida para asignar valores de alguna característica o propiedad del fenómeno en cuestión a los casos estudiados.” (p. 69).

La necesidad de la operacionalización surge del hecho de que no podemos comparar conceptos: “Lo que comparamos son indicadores de conceptos.” (p. 69).

[La naturaleza misma de la operacionalización demuestra que los datos con los que operan las ciencias sociales son construcciones elaboradas a partir de una determinada teoría. La visión empirista ingenua, que sostiene que el investigador debe registrar automáticamente todo lo observado, es insostenible.]

La operacionalización, la construcción de datos, exige la toma de decisiones por parte del investigador. Estas decisiones obedecen, en buena medida, a la teoría adoptada por dicho investigador. Por ende, toda operacionalización es sesgada.

“…nuestras comparaciones sólo pueden ser exactas en la medida en que los indicadores escogidos reflejen el concepto que tratamos de medir.” (p. 69).

La operacionalización supone casi inevitablemente alguna simplificación o pérdida de significado.” (p. 69).

[La transformación de la ciencia en técnica, tan cara a la lógica del capitalismo, ve con desconfianza toda afirmación del carácter sesgado de la operacionalización, pues ésta representa un golpe a la concepción que hace de la ciencia una práctica objetiva e imparcial. La razón instrumental se vuelve hegemónica en el campo de la teoría social si logra desterrar toda referencia a la existencia de teorías antagónicas o a la intervención del investigador en la construcción de los datos.]

“…no podemos reducir nuestra explicación a un conjunto de normas cuya fiel aplicación produzca indefectiblemente buenos resultados. Lo que podemos hacer es indicar algunos de los escollos que han de evitarse en el proceso y la manera de evaluar la idoneidad de las operacionalizaciones una vez que han sido seleccionadas.” (p. 70).

[En muchos manuales de metodología se procede dejando de lado el carácter sesgado de la construcción del dato vía operacionalización. Además de las consideraciones teóricas, está claro que es más fácil vender un recetario multiuso que un texto que reconoce el carácter sesgado e insuficiente de nuestro conocimiento de la realidad.]

Los autores afirman que la operacionalización es la selección de las definiciones operacionales de los conceptos.

¿Qué son las definiciones operacionales?

Las definiciones operacionales “deben indicarnos de manera precisa y explícita lo que debemos de hacer para determinar qué valor cuantitativo debe atribuirse a una variable en cada caso dado. Han de especificar, paso a paso, todo lo que se ha de hacer en el proceso de medición.” (p. 71).

La importancia de formular claramente las definiciones operacionales de los conceptos se funda en tres cuestiones principales:

a) la ciencia es una práctica social y, como tal, implica una verificación intersubjetiva de las experiencias realizadas por un investigador o un grupo de investigación. Si las definiciones operacionales son precisas, es imposible replicar una experiencia y determinar su validez y fiabilidad; b) en un equipo de investigación, cada integrante debe tener claro qué debe hacer en cada etapa, so pena de que la investigación pierda validez. Las definiciones operacionales, si están correctamente elaboradas, indican qué se debe hacer en cada momento de la investigación, en vista de la obtención de datos; c) la precisión en las mencionadas definiciones permite, llegado el momento del análisis de los datos, evaluar mejor los resultados y tener en claro qué pueden y qué no pueden decirnos estos.

En otras palabras, “una definición operacional completa revela cómo hemos decidido afrontar esos problemas [referidos a cómo obtener las medidas de los fenómenos estudiados] y no deja ambigüedad alguna sobre lo que realmente hemos hecho al tomar nuestras medidas.” (p. 72).

Sólo a partir de una adecuada definición operacional es posible elaborar un instrumento para obtener mediciones.

Los autores describen así la relación entre operacionalización y medición: “Operacionalizamos las variables para contar con un medio de cuantificar los conceptos abstractos, de modo que podamos hacer comparaciones significativas entre fenómenos del mundo real en función de las propiedades que esos conceptos sugieren.” (p. 73).

Al efectuar la medición, “podemos hablar con más precisión del grado en que una unidad de observación determinada (por ejemplo, una persona, una ciudad, una nación o una organización) manifiesta la propiedad presentada por la variable que se mide.” (p. 73) (3).

Es preciso tener presente que existen distintos niveles de medición, que proporcional diferente cantidad de información sobre los fenómenos que se miden y las relaciones entre ellos. (p. 73).

Ø Medición nominal: Se obtiene nombrando los casos mediante cierto esquema de clasificación predeterminado. A partir de esa clasificación, se “pega una etiqueta”, se  nombra, a cada una de las unidades de observación (o unidades de análisis) estudiadas. Así, si quiero medir la variable “nacionalidad” en la población de la ciudad de Buenos Aires, voy a trabajar con una medición nominal, clasificando a los individuos de esa población en argentinos, uruguayos, bolivianos, peruanos, chilenos, etc.


Es el tipo de medición que nos proporciona menos información, pues “sólo nos da un conjunto de categorías separadas que utilizamos al distinguir entre los distintos casos.” (p. 73); “no nos dice en qué proporción poseen la característica [estudiada] los diferentes individuos ni nos permite ordenarlos por grados.” (p. 73-74). Sirva para agrupar los casos en base a los nombres (categorías) utilizadas en nuestro esquema de clasificación. (p. 74).

“Para que tengan utilidad, los esquemas de medición nominal deben estar basados en conjuntos de categorías que sean mutuamente excluyentes y colectivamente exhaustivas. Esto significa que 1) no será posible asignar ningún caso a más de una categoría, y 2) las categorías deberán establecerse de manera que todos los casos pueden asignarse a alguna categoría.” (p. 74).

Ø  Medición ordinal: Consiste en ordenar los fenómenos por grados. Así, por ejemplo, la variable clase social se puede medir clasificando a los individuos por clase baja, media y alta.

Aporta más información que el nivel anterior. “Con ella podemos asociar un número a cada caso. Y este número no solamente nos indica que el caso es diferente de otros, e incluso con respecto a la variable que se mide, sino que además nos dice cómo se relaciona con esos otros casos, esto es, en qué proporción manifiesta poseer una propiedad determinada.” (p. 74).

Ø  Medición de intervalo: Permite establecer la proporción en qué una propiedad está presente en cada unidad de análisis. La forma de medir la variable ingreso es un ejemplo. Se le pueden asignar las siguientes categorías: Hasta $ 1000 / 1001 – 2000 / 2001-3000 / Más de 3001. Una unidad de análisis que tenga el valor $ 3000 percibe exactamente el doble de ingresos que una unidad de análisis que obtenga el valor $ 1500.

Es el nivel de medición que brinda mayor información. “Cuando los casos se miden a este nivel, no sólo podemos clasificarlos y ordenarlos por grados, sino decir también en qué proporción mayor (o menor) contienen la propiedad medida respecto a los otros casos. La medición ordinal no se basa en ninguna unidad normalizada de la variable en cuestión, ni nos dice qué diferencia existe entre unos casos y otros con relación a la variable. Sólo permite afirmar que algunos son más afines que otros. La medición de intervalo se funda en la idea de que hay alguna unidad normalizada de la propiedad que se mide.” (p. 74). “Mientras que las medidas ordinales sólo dan una idea aproximada de la relación entre los casos con respecto a una variable, las medidas de intervalo proporcionan información sobre la «distancia» entre los casos.” (p. 75). “Además de ofrecernos información precisa sobre las diferencias absolutas entre los casos, la medición de intervalo permite formular enunciados exactos sobre las diferencias relativas entre los conceptos.” (p. 75). “La forma de medición más conveniente es la de intervalo, no sólo por el grado de detalle de la información que proporciona, sino también por los procedimientos matemáticos que nos permite aplicar a los datos que poseemos.” (p. 75).

En la verdaderas medidas de intervalo existe un punto cero; de allí que pueda establecerse con precisión la distancia entre caso y caso, pues a partir del punto cero el intervalo establecido es siempre el mismo (por ejemplo, la distancia – el intervalo – entre 0 y 1 es igual a la existente entre 1 y 2, entre 2 y 3, etc.)

Los autores sostienen que no es posible establecer de antemano el nivel de medición de una investigación determinada. “Como, en general, hasta que no procedemos al verdadero análisis de los datos no sabemos qué precisión será necesaria para descubrir las relaciones, deberemos seguir la regla de operacionalizar nuestros conceptos con la mayor exactitud posible. Siempre podremos prescindir de la precisión que nos parezca innecesaria «abatiendo las categorías» (pasando a unidades de diferenciación más amplias); pero si no empezamos por reunir la información, no podremos recurrir a ella más adelante.” (p. 79).

La conexión entre teoría (el marco teórico) y operacionalización se vuelve patente en la noción de hipótesis de trabajo. Así como la operacionalización es necesaria porque los conceptos no pueden ser medidos directamente en las unidades de análisis, las relaciones entre conceptos postuladas en las hipótesis no pueden ser comparadas si no se formulan hipótesis de trabajo.

¿Qué es una hipótesis de trabajo?

Es aquella en la que “se enuncian las relaciones que esperamos hallar entre medidas o indicadores. (…). Estas nos obligan a establecer los vínculos que, según creemos, ha producido nuestra operacionalización entre los indicadores y las variables. ” (p. 79).

Lo expuesto en el párrafo anterior es ejemplificado del siguiente modo:

Una investigación parte de la proposición teórica: Cuanto más dominada esté una nación, más conformista será su política exterior.

A partir de dicha proposición se formula la siguiente hipótesis: A medida que aumente la dependencia económica de una nación, aumentará su apoyo a la política internacional del estado protector.

La variable dependencia económica es operacionalizada así: El porcentaje de las exportaciones de la nación dirigidas al país protector. (4).

La variable apoyo a la política internacional del estado protector es operacionalizada así: El porcentaje de votos emitidos en la Asamblea General de las Naciones Unidas en que el voto de la nación cliente difiere del voto del estado protector. (5).

La hipótesis de trabajo es la siguiente: A medida que aumente el porcentaje de las exportaciones dirigidas al estado protector, disminuirá el porcentaje de votos discrepantes con el estado protector en las Naciones Unidas.

Manheim y Rich sostienen que la correspondencia entre conceptos y los indicadores no es un problema empírico, sino que constituye esencialmente un problema teórico. Defienden la necesidad de formular “una teoría de la medición donde se indique por qué esperamos que nuestros indicadores estén relacionados con nuestros conceptos.” (p. 80). “Esta cuestión de si existe alguna correspondencia, por un lado, entre nuestros conceptos y variables, y, por otro lado, entre nuestros indicadores o medidas, es el problema central de la medición en la ciencia.” (p. 81).

Es por ello que los autores afirman que “cada operacionalización de un concepto es, en esencia, una hipótesis.” (p. 81). En definitiva, al practicar la operacionalización de un concepto estamos poniendo en práctica una determinada teoría acerca de cómo se dan las relaciones entre fenómenos. [Como sabemos, aunque muchas veces lo olvide el mundo académico, en ciencias sociales existen teorías antagónicas, enfrentadas entre sí. De modo que queda cuestionada la tan cacareada neutralidad de los métodos.]

 Buenos Aires, sábado 15 de septiembre de 2012

NOTAS:

(1) Manheim, Jarol B. y Rich, Richard C. (1988). Análisis político empírico. Métodos de investigación en ciencia política. Madrid: Alianza. (Alianza Universidad Textos).

(2) Las hipótesis “predicen ciertas relaciones entre las variables que representan los conceptos contenidos en la teoría.” (p. 68).

(3) Una variable es la definición empírica del concepto. Como tal, puede adoptar diferentes valores (de ahí viene la denominación “variable”, porque varía).  Esos valores reciben el nombre de categorías.

(4) Es la variable independiente de la hipótesis, pues sus variaciones explican las variaciones de la variable dependiente.

(5) Es la variable dependiente de la hipótesis, pues sus variaciones dependen, responden, a los cambios de la variable independiente.