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sábado, 15 de noviembre de 2014

LA IZQUIERDA CLASISTA, EL PROBLEMA DEL PODER Y EL CMOI

Pez López / Ariel Mayo


“¿Juré de rodillas en la sala capitular del Cabildo, que no iría más lejos
que mi propia sombra, que nunca diría ellos o nosotros?
Juré que la Revolución no sería un té servido a las cinco de la tarde.”
Andrés Rivera, La revolución es un sueño eterno

El acontecimiento político más significativo del año es el ascenso de la izquierda clasista, cuya expresión más acabada es el FIT (Frente de Izquierda y los Trabajadores). El golpe militar de 1976 clausuró el ciclo de ascenso revolucionario iniciado con el Cordobazo (1969) y diezmó los cuadros de la izquierda. Las características del régimen democrático iniciado en 1983 se derivan directamente de esa derrota formidable del movimiento obrero y de la izquierda. Por razones que no podemos desarrollar aquí, la izquierda clasista fue incapaz de revertir la derrota en las tres décadas que siguieron a 1983; su peso político se encontró reducido al mínimo, tanto en lo que respecta a su influencia en el movimiento obrero como en resultados electorales. La conformación del FIT fue el intento más importante para revertir esa tendencia; los resultados electorales de 2013 confirmaron el acierto en la decisión de conformarlo, pues por primera vez en décadas, la izquierda clasista obtuvo representación parlamentaria, tanto a nivel nacional como provincial. En lo que va de 2014, la izquierda ha tenido una acción relevante en los conflictos entre capital y trabajo; en los paros generales llevados adelante en el año le cupo a la misma llevar adelante la movilización y la acción en las calles, frente a la pasividad de la burocracia sindical.

El 8 de noviembre, convocado por el Partido Obrero, se realizó en el Luna Park el Congreso del Movimiento Obrero y la Izquierda (CMOI). La concurrencia, muy numerosa, reflejó el crecimiento, en términos cuantitativos y en influencia política, de la izquierda clasista. Ahora bien, el análisis de las resoluciones del CMOI no puede hacerse por separado del contexto político en que se llevó a cabo.

A lo largo de este año, la crisis del modelo de acumulación instaurado por el kirchnerismo en 2003 es innegable. Si bien el conjunto de la burguesía está de acuerdo respecto al contenido del ajuste a implementar, no es así en la cuestión referida al personal político que la  llevara a cabo. Esta situación genera tensiones, en parte por la magnitud del ajuste a realizar y la posible resistencia de los trabajadores.  Varios voceros de la burguesía advirtieron sobre la naturaleza del ajuste a implementar:

Hugo Moyano declaró: “el futuro gobierno que venga, cualquiera sea, necesitará del respaldo de toda la sociedad y no solamente del movimiento obrero, porque de acuerdo a cómo van las cosas, va a tener que producir ajustes muy duros" (La Nación, 16/10/2014). Por su parte, Joaquín Morales Solá afirmó: "¿Cambiarán las cosas con el próximo gobierno? Seguro que sí. Ninguno de los candidatos actuales promueve la continuidad de las manías kirchneristas. Otra cosa es el enorme conflicto social que deberá enfrentar para cambiar las políticas y los números. Al derroche económico se agregó en los últimos años el intenso desorden social y laboral, concebido ya como un derecho definitivamente adquirido." (La Nación, 9/11/2014).

La crisis agudiza la desigualdad social, que no cedió durante “década ganada”, aumentando la violencia en la sociedad. En este punto, cabe decir que, en paralelo al ascenso de la izquierda clasista, el crecimiento de las tendencias reaccionarias en nuestra sociedad, expresada en fenómenos tan disímiles como los linchamientos de la primera parte del año y la demanda de “mano dura” contra la delincuencia, fue abrumador. Estas tendencias fueron azuzadas por el mismo kirchnerismo, a través del Secretario de Seguridad, Sergio Berni.

De esta manera, el contexto en que se realizó el CMOI estuvo marcado no sólo por el ascenso de la izquierda clasista, sino también por la presión hacia un mayor ajuste, por la demanda de poner coto a las acciones del movimiento obrero, por la difusión de ideas reaccionarias que achacan a los pobres y a los extranjeros la responsabilidad por los males de la sociedad.

En este marco, Fernando Rosso dedicó su artículo “El Partido Obrero en el Luna Park y el discurso de Jorge Altamira” (La Izquierda Diario, 9/11/2014) a comentar el CMOI. Se trata de un texto minado de falencias y de escueto análisis político, sobre todo porque su objetivo fundamental no es el examen de las resoluciones del CMOI o del discurso de Jorge Altamira, como dice el título de la nota, sino promover las precandidaturas de varios dirigentes del PTS. De hecho, Rosso procede en su artículo sin tomar en cuenta el contexto específico en el que se reunió el CMOI. Esto hace que su artículo esté envuelto en cierto aire de irrealidad, pues en un contexto de agudización de la lucha de clases, Rosso se concentra en la “instalación” de la “figura” de un precandidato para el 2015, sin tomar en cuenta que el momento exige de la izquierda clasista algo más que contar los porotos para las elecciones del año próximo.

A grandes rasgos y para sistematizar, el artículo gira en torno a dos equívocos básicos.

El primero, mencionado arriba, radica en el papel secundario que Rosso adscribe al CMOI y al discurso de Altamira frente a la defensa y propaganda de la precandidatura presidencial de Nicolás Del Caño. Es por eso que califica al CMOI de acto electoral, convocado, a su criterio, solamente para proclamar públicamente la candidatura presidencial de Jorge Altamira ya que de esta manera justifica su proclamación principal concentrada en la precandidatura de Del Caño. El equívoco encuentra su expresión más concreta en el hecho de que la mitad del escrito se concentra en temas electoralistas. Nada hay de malo en esto, salvo que no parece muy acertado en un artículo que dice estar dedicado a otra cosa, esto es, al análisis de un Congreso convocado por la principal fuerza política de la izquierda clasista. Perdiendo de vista, además, el actual contexto donde los políticos burgueses están sopesando la magnitud del ajuste a aplicar.

El segundo equívoco refuerza al anterior. Lejos de un examen cuidadoso de las resoluciones del Congreso, Rosso desvía su argumentación hacia la afirmación de que el PTS posee una práctica tanto más exitosa a nivel político y fabril que el resto de las fuerzas del FIT. Es por eso que procura convertir a los conflictos en los que el PTS ha tenido una participación destacada, en los episodios fundamentales de la lucha de clases. En la versión extrema de esta concepción, Lear es todo el movimiento obrero argentino.

Rosso pasa por alto que las luchas obreras en 2014 han terminado, por lo general, en derrotas, y que el conflicto en Lear está muy lejos de ser una experiencia victoriosa (por supuesto, esto no va en desmedro de la capacidad de lucha mostrada por los trabajadores). El autor desarrolla el objetivo de presentar y demostrar que el PTS es la fuerza que más ha crecido entre los integrantes del FIT y que, por tanto, corresponde revisar los acuerdos iniciales del Frente, modificando así la relación de fuerzas al interior del mismo.

El resto del artículo sirve de relleno a los objetivos que se encuentran detrás de los dos equívocos presentados en los párrafos anteriores. Esto vale también para las referencias al Frente Único. En general, derrocha mucho espacio a promover un candidato “joven”, como es Del Caño, en una especie de ejercicio de marketing político que tiene poco que ver con la finalidad del texto. Resta indicar que da la sensación de que Rosso escribe su artículo sin conocer la letra de las resoluciones del Congreso y sin un conocimiento general del funcionamiento del mismo.

Sin embargo, no es preciso extenderse mucho más en la crítica de este artículo puesto que hacerlo implicaría dejar en la oscuridad los logros del CMOI. Cabe decir que el texto de Rosso ejemplifica una manera particular de plantear la cuestión de las relaciones entre las distintas fuerzas de la izquierda clasista, la cual hace énfasis en el faccionalismo, en la defensa de la propia quinta, y deja en silencio el problema central de toda política que es el poder.

Como contrapartida es menester remarcar los principales logros del CMOI que a nuestro juicio son los siguientes:

En primer lugar, y frente a la coyuntura, el Congreso viene a rematar el ascenso de la izquierda clasista a lo largo de este año. En los paros nacionales, así como también en innumerables conflictos más o menos localizados, la izquierda clasista fue siempre la fuerza más dinámica. Un buen indicador de este dinamismo es la reacción de la burocracia sindical, expresada en los dichos del Secretario General de SMATA, Ricardo Pignanelli, quien en junio y en el marco del conflicto de Gestamp, afirmó que el Partido Obrero era responsable de la toma del establecimiento: "Esto es una prueba piloto que el Partido Obrero está empezando a hacer en las autopartes" (La Nación, 2/06/2014).  

En segundo lugar, el Congreso planteó el problema del poder. Esto es novedoso para la izquierda post 1976. Empezar a construir una estrategia y tácticas para conquistar el poder representa un salto cualitativo para la izquierda argentina. Queda claro que recién se han dado los primeros pasos, pero que la presencia misma del problema como algo concreto marca un cambio radical.

En tercer lugar, y en conexión directa con el anterior, la discusión sobre el tema del poder se concentró en dos áreas: a) el peronismo; b) la burocracia sindical. Como es evidente, el problema de la toma del poder es, en Argentina, el problema de la superación del peronismo como forma de la conciencia política de los trabajadores. Sin emprender esta tarea, la discusión gira en el vacío.

Ninguna de las tres cuestiones mencionadas aparece tratada en el artículo de Rosso y en esto radica principalmente el problema central del análisis del CMOI. El autor privilegia las cuestiones electoralistas sin pararse a pensar en el problema central de nuestro tiempo, que es el salto de una izquierda plegada sobre sí misma a una izquierda dispuesta a disputarle el poder a la burguesía. El CMOI no ha resuelto la cuestión del camino hacia la conquista del poder (pues esto sólo puede resolverse a través de la práctica de la lucha de clases), pero ha dejado sentado el problema y los temas centrales. Es por eso que podemos calificar a la crítica de Rosso al CMOI como una crítica de retaguardia, propia de un momento que, esperamos, sea el pasado de la izquierda clasista.



Villa del Parque, sábado 15 de noviembre de 2014

sábado, 1 de noviembre de 2014

EL FETICHISMO DEL ESTADO Y EL PROGRESISMO: NOTAS SOBRE BORÓN

Atilio Borón escribió un breve artículo (“Dilma, victoria y después”) sobre el triunfo de Dilma Rousseff en las elecciones presidenciales brasileñas, el cual fue publicado en la edición del martes 28 de octubre pasado en Página/12. Más allá del análisis sobre el resultado de las elecciones brasileñas, merece ser comentado porque expresa con particular precisión los lugares comunes del progresismo sobre la cuestión del Estado. La cuestión cobra todavía más interés si se tienen en cuenta que Borón se considera a sí mismo como marxista, de modo que sus opiniones sobre el Estado pueden pasar como un desarrollo de la teoría marxista. En momentos en que se vuelve imprescindible desarrollar la independencia política de la clase obrera respecto a cualquier alternativa política de la burguesía, resulta de importancia fundamental deslindar límites con ésta en lo que hace a la cuestión del Estado.

Borón nos invita a considerar al gobierno de Dilma (al PT) como de “izquierda”. Al hacer esto bastardea y banaliza las nociones de izquierda y derecha, convirtiéndolas en denominaciones que dicen poco y nada en concreto. Borón maneja una noción de “izquierda” que nada tiene que ver con la lucha de clases entre los trabajadores y la burguesía. La “izquierda” de Borón se define por la utilización del Estado en beneficio de los sectores populares, mejorando así sus condiciones de vida. Para el marxismo, ser de “izquierda” implica reconocer la lucha de clases entre los capitalistas y los trabajadores, abogar  por la autonomía política de la clase obrera frente a la burguesía y luchar por la abolición de la propiedad privada de los medios de producción.

A partir de la caracterización de Dilma como de “izquierda”, Borón sostiene que el nuevo gobierno se ve amenazado por el “terrorismo económico” y por un “golpe blando”. En pocas palabras, nos sugiere que la burguesía brasileña no va a permitir la continuidad del gobierno de Dilma, salvo que ésta cumpla sus demandas económicas. Esto parece a todas luces un disparate, sobre todo porque el PT lleva muchos años en el gobierno y durante ese período la burguesía no sintió amenaza alguno, ni perdió los nervios, ni nada. Al contrario, acumuló ganancias.

Borón parece sentir remordimientos en su antigua conciencia marxista, lo que lo lleva a formular una serie de reparos al gobierno de Dilma: 1) el movimiento popular se halla desmovilizado, desorganizado y desmoralizado; 2) el modelo económico proporciona “irritantes privilegios al capital”; 3) falta de empoderamiento de las masas populares; 4) un congreso brasileño que es una “perversa trampa dominado por el agronegocio y las oligarquías locales”; 5) escaso impulso a la Reforma agraria.

A la luz de lo anterior, ¿hay que seguir afirmando que el de Dilma es un gobierno de “izquierda”? Es claro que no.

Borón formula, casi al pasar, una crítica que resulta francamente ingenua. Así, se enoja con la “propensión del Estado brasileño a gestionar los asuntos públicos a espaldas de su pueblo”. Borón, un destacado politólogo con varios libros en su haber, debería saber a esta altura del partido que esto es precisamente lo que hace un Estado burgués, esto es, gobernar en función de los intereses del capital y no de los trabajadores.

Desde que existe el capitalismo, el Estado sirve a la burguesía o, lo que es lo mismo, a la valorización del capital. La sociedad capitalista gira en torno a la reproducción ampliada del capital. Dicho en otros términos, es preciso que la economía crezca, que las ganancias de los empresarios se incrementen. Si eso ocurre, el Estado burgués puede financiarse y prosperan sus mecanismos de control sobre la sociedad en general y sobre los trabajadores en particular. Pero si la economía entra en recesión y la burguesía no invierte, el Estado queda desfinanciado y se ve obstaculizado para ejercer sus funciones de control. Pensar que el Estado burgués puede hacer otra cosa es no entender nada acerca del funcionamiento del capitalismo.

Borón piensa que el Estado es un simple instrumento y que su naturaleza cambia en función de las clases que ejercen el gobierno. Es decir, el Estado es burgués porque está en manos de la burguesía y no porque su estructura (su forma) es también burguesa. Desde su punto de vista, la forma de las instituciones estatales es neutral en términos de clase. Así se llega al absurdo de que el ejército, burgués en un Estado controlado por la burguesía, se transforma en “popular” en un Estado donde el gobierno cae en manos de los sectores populares. Para Borón, el Estado no es burgués por su forma y contenido, sino que sirve a los sectores sociales que detentan su control. De ahí que transforme al Estado en un fetiche, que flota por encima de las clases sociales. Si algo puede transformar al capitalismo es la acción estatal. A esto se reduce la concepción del Estado y de la política defendida por Borón, a un fetichismo del Estado.

La concepción del Estado defendida por Borón es la del progresismo en general. Detrás de ella se encuentra una convicción más profunda: la negación absoluta de que la clase obrera pueda ser el sujeto revolucionario o, si se prefiere, el actor social capaz de transformar a la sociedad. Esto lleva a los progresistas a negar la lucha de clases y, por consiguiente, el antagonismo entre capital y trabajo. Una vez que se efectúan estos pasos, cualquier colectivo los deja bien, como decimos en el barrio. Así, los progresistas pueden defender con la misma calma y devoción al neoliberalismo, al “estatismo”, al “kirchnerismo” o a lo que sea. Nada los lleva a sacar los pies del plato del capitalismo.

De este modo, Borón puede hablar en su artículo de “potencia plebeya”, no de trabajadores ni clase obrera. En un mundo donde cada vez hay más asalariados, el progresismo reniega de los trabajadores. Aquí están, en toda su dimensión, los límites del progresismo y de la supuesta “izquierda” latinoamericana, encarnada en gobiernos como el de Dilma en Brasil y el de Cristina en Argentina. Se trata de un progresismo absolutamente funcional a los intereses del capital.


Villa del Parque, sábado 1 de noviembre de 2014