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lunes, 29 de septiembre de 2014

CARTA ABIERTA Y EL AGOTAMIENTO DEL PROGRESISMO (I)

“Cualquier cacatúa sueña con la pinta de Carlos Gardel.”


El agrupamiento de intelectuales kirchneristas conocido como Carta Abierta (CA) acaba de lanzar su carta n°17. El texto completo fue publicado por diario Página/12 en su edición del domingo 28 de septiembre. El estilo ampuloso de los documentos de CA, alejado por cierto de la sencillez profunda de lo popular, es característica de todo el escrito y dificulta su lectura completa. Hay muchísimo cacareo barroco y poca sustancia. Sin embargo, el documento no carece de importancia, como intentaré demostrar a continuación. El escaso tiempo de que dispone el autor de estas notas impide la formulación de una crítica exhaustiva del texto. Es por ello que he preferido concentrarme en los aspectos que considero más significativos.

Es importante tener en cuenta el contexto en que CA publica su Carta n° 17 antes de comenzar el análisis propiamente dicho. La crisis del modelo de acumulación instaurado por el kirchnerismo a partir de 2003 se encuentra en pleno desarrollo: el país no cuenta con las divisas necesarias para cubrir los pagos de importaciones y de intereses de deuda hasta diciembre de 2015; la recesión se dispara y se multiplican las suspensiones y despidos; la inflación pulveriza los salarios y hace que cada vez más trabajadores tengan dificultades para llegar a fin de mes; la pobreza (negada en las estadísticas oficiales) se hace sentir en las calles, a través de la multiplicación de indigentes. Se trata, por cierto, de un panorama poco propicio para agarrar la guitarra y sanatear. Es por ello que el documento tiene mucho de extemporáneo y de grotesco político.

En primer lugar, los autores no se andan con chiquitas y nos encajan la caracterización de una nueva etapa del capitalismo, cuya acta de nacimiento, aunque no lo digan expresamente, es el fallo del juez Griesa en contra de la Argentina. De este modo, los acontecimientos argentinos adquieren, por el mero poder de las palabras, un significado histórico-universal. Veamos cómo describen al capitalismo los intelectuales de CA:

“…los más concentrados gabinetes judiciales de Wall Street, donde el lenguaje de las finanzas se puede resumir ahora en amenazantes y lacónicas sentencias judiciales, que distorsionan acuerdos de pago sobre las deudas soberanas hechos en términos del lenguaje capitalista heredado, y que ahora parece escaso ante la nueva gendarmería judicial-financiera que recorre el mundo con su apocaliptico mensaje. Ni siquiera el viejo capitalismo, cuya proterva historia podemos visualizar desde la Liga Hanseática de los remotos tiempos hasta los acuerdos de Bretton Woods, es una cápsula válida para contener estos nuevos impulsos irracionales que le quitan un núcleo de realidad productiva que tenía el capitalismo arcaico, para situar la nueva lógica irracional en un reproductivismo de un mundo sin naciones, sólo regulado por la nueva división en regiones financieras de endeudamiento comprendido como nueva forma de mando imperial.

El lenguaje increíblemente enredado de los autores encubre una serie de afirmaciones sobre el capitalismo actual, que resumen todos los prejuicios de un progresismo acostumbrado a copiar las modas intelectuales y no a estudiar seriamente los fenómenos sociales. Veamos. El capitalismo se basa hoy en “impulsos irracionales”, desprovistos del “núcleo de realidad productiva” que tenía el “capitalismo arcaico”. Decir esto es una tremenda estupidez. El capitalismo (el arcaico, el actual o el que existe en las cabezas de los muchachos de CA) consiste en la producción de mercancías para obtener plusvalor. Ese plusvalor es apropiado por los propietarios de los medios de producción. En el capitalismo desarrollado, la centralización y concentración de los medios de producción alcanza niveles cada vez mayores, reforzando así el poder de la clase capitalista. Expresado de manera más sencilla: la base del poder de los empresarios es la apropiación del plusvalor, esto es, el trabajo gratuito producido por los trabajadores. Sin plusvalor no hay nada para repartir. Sin producción no hay plusvalor. Todas las disputas entre fracciones capitalistas presuponen la existencia de una producción capitalista como eje que articula a la sociedad. Los intelectuales de CA dejan de lado esta cuestión y pasan a afirmar que vivimos en un mundo en el que prima el “reproductivismo” (¿qué puede significar esta expresión?, sólo ellos lo saben). Plantear que hay “reproductivismo” sin producción es algo tan absurdo que los autores de la Carta no se animan a decirlo abiertamente.

Sigamos. El mundo se halla dividido en “regiones financieras de endeudamiento comprendido como una nueva forma de mando imperial”. Todo muy bonito, pero sostener que el endeudamiento es la nueva forma de dominación implica soslayar el momento de la producción, que es la instancia en la que se produce el plusvalor. Sin plusvalor, es imposible pagar el interés de ninguna deuda. Otra vez (perdón por la repetición), sin producción no hay plusvalor. Volveremos luego sobre las características de este “mando imperial”.

Los autores procuran precisar mejor la caracterización de la nueva etapa del capitalismo. Así, producen una nueva definición, en la que se aclara un poco más la noción de “reproductivismo”:

el cambio de situación en el seno de la globalización –concentración de pulsiones bruscamente unificadas de consumo de símbolos culturales en mundo políticos multipolares en lucha, con zonas ineluctables en guerras de carácter también novedoso, incluso en su ascenso a niveles desconocidos de crueldad–, con convenios de control financiero que se hallan en los nuevos tratos que permite la mundialización de los nodos de la mercancía (judiciales y económicos) que son parte de la reproductibilidad del capital desmaterializado: sólo son formas de captura de beneficios bajo la acción de un subproducto original del neocapitalismo, que su alianza privilegiada con sectores del poder judicial central, sella ahora un poder punitivo nuevo, bajo la forma de una gendarmería judicial mundial y nuevas coaliciones militares…”

El texto es increíblemente enredado. Se trata de un estilo muy utilizado en los ámbitos académicos y que consiste en adornar las tonterías más increíbles con palabras rebuscadas, hasta llegar a un punto en que el lector se marea y pierde toda noción de lo que se está diciendo. En este pasaje, los autores afirmar que el “reproductivismo” es propio del “capital desmaterializado”. Es una manera elegante de afirmar que la producción es obsoleta y que importa el pensamiento, las ideas, lo inmaterial. No dispongo de espacio suficiente para examinar de lleno la cuestión del “capital inmaterial”. Basta con decir que el capital es una relación social, no una cosa (ya sea ésta material o inmaterial), y que esa relación supone la existencia de propietarios de medios de producción y de no-propietarios que venden su fuerza de trabajo a cambio de un salario. En este sentido, no importa si los trabajadores producen autos o programas de computación; lo central es su subordinación al capital, plasmada en la producción de plusvalor que es apropiado por éste. Si se deja de lado al momento de la producción y se define al enemigo a partir del “reproductivismo”, de la apropiación de excedente, se llega al punto en que se defiende la alianza con los “capitalistas industriales” para hacer frente a los “malos capitalistas”, quienes viven del saqueo.

El nuevo capitalismo, al que denominan como “capitalismo de la globalización”, es caracterizado como “un subproducto original del neocapitalismo”, que vive de la captura de beneficios gracias a su alianza con sectores del poder judicial central y con un nuevo poder punitivo. O sea, Griesa es el emblema de una nueva forma de capitalismo.

Al principio del documento se halla la síntesis del “capitalismo de la globalización”:

En esta época a la que aún le falta nombre, pero a la cual no le sería el de capitalismo de la globalización, encontramos una novedosísima alianza entre el poder comunicacional, las guerras localizadas de extremo salvajismo, las guerras interreligiosas que se realizan en territorios con instalaciones petroleras y represas hidroeléctricas, los dictámenes jurídicos inherentes a una nueva clase estamental de la especulación en segundo grado. Se trata ésta de un tipo de especulación sobre la especulación, formándose fondos de acreencias que se tornan maniobras de ataque jurídico contra naciones soberanas que repentinamente asisten al proyecto de mengua de su soberanía ante un nuevo poder agresivo, no militar sino que recurre a arbitrios jurídicos propios de una legalidad inquisitorial. La dependencia, como la articulación en una estructura única de países desarrollados y subdesarrollados, en virtud de la capacidad endógena o inducida de crecimiento, cuya ruptura sería posible a través de la participación política de grupos sociales antes marginados, ahora incluye mayores sumisiones superestructurales como la subsunción jurídica en una legalidad global manejada por los centros imperiales y la “integración financiera”. (El resaltado es mío).

Por lo visto, el elemento central de esta nueva etapa del capitalismo es el jurídico (el juez Griesa como encarnación de todos los males). El lector puede notar las piruetas que hacen los autores para evitar hablar de burguesía.

Dejando de lado las citas, hay que decir que la caracterización de la etapa actual del capitalismo, realizada de modo tan desmañado por CA, implica dejar de lado dos cuestiones básicas: a) la existencia de una lógica del capital, que puede gustar o no gustar, pero a la que no se puede calificar de “irracional”; b) la comprensión de que el imperialismo supone actualmente la completa subordinación del trabajo al capital. En otras palabras, lejos de poder hablar de un “capitalismo inmaterial” o de la mar en coche, tenemos un capitalismo que desarrolla toda una serie de dispositivos para subordinar al trabajo y extraer de éste la mayor cantidad posible de plusvalor. El tan mentado “neoliberalismo” comenzó a partir de una serie de terribles derrotas del trabajo frente al capital y no en la preeminencia de lo “inmaterial” sobre lo “material”. Claro que los autores de CA reniegan del capitalismo real, de la producción real y de la lucha de clases real. Para ellos sólo existen las palabras (cuanto más enredadas, mejor).

Para finalizar esta primera parte. En toda su exposición, los autores evitan hablar de Estado para referirse al “nuevo mando imperial”. Así, los fallos jurídicos, el poder comunicacional, etc., giran en el vacío, como si los hubiera parido lo “inmaterial”. Ahora bien, en el capitalismo real (no en el imaginario de CA) es Estado es una pieza imprescindible en la dominación del capital. Siendo esquemático, puede decirse que el Estado actúa como una especie de capitalista colectivo, tutelando los intereses del conjunto de la clase capitalista. De ahí que actué, entre otras cosas, como regulador de las conductas de los empresarios individuales, impidiendo que la búsqueda individual de ganancia pueda poner en riesgo la estabilidad del sistema en su conjunto. Si se opina que el capitalismo es la mejor forma de organización social, resulta sensato postular al Estado como el elemento que puede construir un capitalismo “bueno”, opuesto al capitalismo “malo” de la especulación financiera. Pero si se considera que el capitalismo es una forma de organización social basada en la explotación de la clase trabajadora, cuyo eje es la apropiación del plusvalor creado por ésta, las cosas son bien diferentes. Lejos de ser la solución, el Estado pasa a ser parte del problema. Frente a la clase dominada, el Estado no sólo cumple funciones regulatorias, sino también funciones represivas. El Estado reprime cualquier intento de la clase trabajadora por sacar los pies del plato del capitalismo.

Cuando los intelectuales de CA se niegan a hablar de burguesía y de Estado, no hacen otra cosa que generar el espacio de posibilidad para una política subordinada a los intereses de la burguesía y centrada en el ámbito del Estado. El progresismo, más allá de las ropas que vista, es la aceptación lisa y llana del poder del capital, que en ningún momento se ve cuestionado.

El progresismo puede ser muchas cosas, menos un pensamiento anticapitalista. La seguimos en la nota siguiente.



Villa del Parque, lunes 29 de septiembre de 2014

miércoles, 17 de septiembre de 2014

FICHA DE LECTURA: MARX, PRÓLOGO A LA CONTRIBUCIÓN A LA CRÍTICA DE LA ECONOMÍA POLÍTICA (1859)





“No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, sino,
por el contrario, es su existencia social lo que determina su conciencia.”
Karl Marx

El Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política es uno de los textos más conocidos de Karl Marx (1818-1883). (1) Redactado en Londres en enero de 1859, constituye la primera exposición pública de los principios fundamentales del materialismo histórico, luego de Miseria de la Filosofía (1847) y del Manifiesto Comunista (1848). (2)

Por su brevedad, el Prólogo ha sido empleado muchas veces como introducción al pensamiento de Marx, sin tener en cuenta las dificultades que presenta su lectura (dificultades que, a nuestro juicio, obedecen principalmente al carácter esquemático del texto, consecuencia de la mencionada brevedad).

Antes de pasar al análisis del texto, conviene adelantar que su contenido esencial radica en la tesis que afirma que las ideas no son el motor de la historia sino que, por el contrario, se encuentran condicionadas por las relaciones que entablan los seres humanos al encarar la reproducción de sus condiciones de existencia en el proceso de trabajo. La crítica (necesaria) de las ambigüedades y problemas del Prólogo no debe ocultar, sin embargo, la importancia primordial del contenido de la tesis mencionada. Sin el reconocimiento del carácter condicionado (no absoluto) de las ideas es imposible formular una verdadera ciencia de la sociedad. En este sentido, la tesis marxiana puede utilizarse contra las interpretaciones posmodernas de las ciencias sociales, las cuales equiparan la ciencia a un relato, como si la ciencia se encontrara al mismo nivel que la literatura.




El lector del Prólogo encontrará en el texto las siguientes cuestiones:

1)    Una autobiografía intelectual. Luego de presentar el plan general de su crítica de la economía política, Marx explica su camino desde la filosofía hasta la economía. No considero necesario ahondar en esta parte del Prólogo, pues quien esté interesado sacará mayor provecho de la lectura directa del texto que de un comentario. No obstante, merecen mencionarse algunos temas.

Es habitual referirse al Marx de juventud como alguien concentrado en la filosofía. Pero al momento de confeccionar su autobiografía, prefirió destacar su paso por el Derecho:

“Mi carrera profesional ha sido la jurisprudencia, aunque sólo la he ejercido como disciplina subordinada, junto a la filosofía y a la historia.” (p. 3).

La afirmación es curiosa. Marx efectivamente inició estudios universitarios de Derecho. Ésta fue la carrera que eligió luego de egresar del Gymnasium. Pero pronto dejó los estudios jurídicos, para abocarse a la Filosofía, graduándose finalmente de Doctor en dicha materia. Hasta donde sé, Marx jamás ejerció la Jurisprudencia como profesión.

La autobiografía es “intelectual” de un modo unilateral. Marx no menciona en ningún lugar la influencia que ejerció el movimiento obrero (en especial el francés) sobre el desarrollo de sus ideas. En el período de pasaje de la democracia radical al socialismo, el influjo de la rebelión de los tejedores de Silesia (1844), el contacto con los obreros franceses en París y las referencias al cartismo inglés brindadas por Friedrich Engels (1820-1895), fueron factores decisivos. En el Prólogo Marx presenta las cosas como si el materialismo histórico hubiera brotado exclusivamente del gabinete de estudio.

Por último, así como deja en la oscuridad la cuestión de sus relaciones con el movimiento obrero, Marx enfatiza su trabajo como periodista, cuestión que suele ser dejada de lado por los comentaristas de su obra. Dos ejemplos tomados del texto:

“Durante los años 1842-1843, en mi carácter de director de la Neue Rheinische Zeitung, me vi por vez primera en el compromiso de tener que opinar acerca de lo que han dado en llamarse intereses materiales.” (p. 3).

“Mi colaboración, que ya lleva ocho años, con el primer periódico anglo-americano, el New York Tribune, tornó necesaria una extraordinaria fragmentación de los estudios, puesto que sólo por excepción me ocupo de correspondencia periodística propiamente dicha. Sin embargo, artículos relativos relativos a notables acontecimientos económicos en Inglaterra y en el continente constituían una parte tan significativa de mis contribuciones que me vi forzado a familiarizarme con detalles prácticos situados fuera del ámbito de la ciencia de la economía política propiamente dicha.” (p. 7).

De los pasajes citados se desprende que Marx atribuía gran importancia a su labor periodística. Esto es de utilidad al momento de evaluar el lugar que ocupan en la producción marxiana los numerosos textos periodísticos.

2)    El Derecho y las formas políticas (como, por ejemplo, la organización constitucional de un Estado) no son autónomos, no surgen a partir de principios propios o de normas trascendentes a la sociedad. Su naturaleza y forma dependen de las relaciones sociales que entablan los seres humanos en el proceso de producción. Al respecto, el pasaje clave es el siguiente:

“Mi investigación desembocó en el resultado de que tanto las condiciones jurídicas como las formas políticas no podían comprenderse por sí mismas ni a partir de lo que ha dado en llamarse el desarrollo general del espíritu humano, sino que, por el contrario, radican en las condiciones materiales de vida” (p. 4).

Este es el punto de partida de Marx. El énfasis en el estudio del proceso de producción se comprende desde la certeza de que los hombres son lo que hacen y no lo que dicen de sí mismos. Esto, y no otra cosa, es el materialismo de Marx. Dicho en otros términos, el marxismo sólo puede comprenderse a partir del reconocimiento de que es imposible una filosofía autónoma, es decir, una filosofía independiente de las condiciones materiales de vida de los individuos. Por eso, antes de entrar en el debate acerca de si Marx era determinista económico, si era partidario de una teleología economicista, etc., etc., hay que tener presente que su materialismo no es nada más (pero tampoco nada menos) que el reconocimiento de que los seres humanos son en la medida en que hacen. La centralidad de la producción se fundamenta en que es el proceso de trabajo el que permite la reproducción de la sociedad en su conjunto.

3)    En el proceso de producción de su existencia, los seres humanos establecen relaciones sociales independientes de su voluntad. Es en este sentido que cabe decir que las relaciones sociales son “independientes” de los seres humanos. Desde que nacemos todos nos enfrentamos a una realidad que no hemos creado, y que se nos impone a través de una infinidad de mecanismos que se encuentran más allá de nuestro control. El sociólogo francés Emile Durkheim (1858-1917) vio esto cuando sostuvo que la necesidad se manifiesta como coerción, como resistencia a nuestra voluntad. Esta independencia de las relaciones sociales respecto a los individuos es la base de las regularidades verificables de los hechos sociales y, por tanto, contiene en sí la posibilidad misma de las ciencias sociales. Aquí el pasaje fundamental es:

“En la producción social de su existencia, los hombres establecen determinadas relaciones, necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a un determinado estadio evolutivo de sus fuerzas productivas materiales.” (p. 4).

La primera parte de este pasaje no admite mayor discusión si se acepta el punto de partida esbozado en el punto anterior. Puesto que las ideas son inseparables de las condiciones materiales de vida, es claro que la voluntad humana no puede crear de la nada las relaciones sociales. Afirmar lo contrario haría imposible toda forma de análisis científico de los procesos sociales, pues implicaría postular que todo es posible en todo momento. Ahora bien, la segunda parte de este pasaje, la referida a la existencia de una correlación entre relaciones de producción y “estadio evolutivo” de las fuerzas productivas, presenta dificultades que son examinadas en el punto siguiente.

4)   Las relaciones sociales que se establecen en el proceso de trabajo son también “necesarias”, es decir, mantienen una correspondencia con el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. Marx establece un matiz diferente a la noción de “independencia” desarrollada en los puntos 2 y 3, pues aquí no se trata de que las relaciones sociales existan independientemente de la voluntad de los individuos (por lo menos de la voluntad individual, no organizada políticamente), sino de que las relaciones sociales están determinadas exclusivamente por factores materiales (no humanas). Marx promueve esta interpretación al agregar que se refiere aquí a las “fuerzas productivas materiales”. Si esto es así, poco o nada es lo que pueden hacer los revolucionarios para transformar la realidad. En definitiva, sólo los tecnólogos tendrían esta potestad, pues serían los únicos facultados para crear nuevas fuerzas productivas. En esta línea se ubican los dirigentes y los intelectuales de la II Internacional.

Este determinismo por las fuerzas productivas predomina en el Prólogo de 1859 y es fuente permanente de malentendidos acerca del carácter de la teoría de Marx. Aquí no podemos profundizar en la discusión pertinente, pero sí cabe indicar que en ninguna parte del Prólogo define concretamente que entiende por fuerzas productivas. La cuestión se vuelve aún más interesante si se tiene en cuenta que en Miseria de la Filosofía Marx había afirmado que los seres humanos eran la principal fuerza productiva. (3) En el texto que estamos analizando, remarca en todo momento que se trata de “fuerzas productivas materiales”.

5)    Derivado del punto anterior, está la concepción de la revolución social que aparecen en el Prólogo (en verdad, puede decirse que se trata de toda una concepción de la política), que es pensada como un producto de la relación entre fuerzas productivas y relaciones de producción.

“En un estadio determinado de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o – lo cual sólo constituye una expresión jurídica de lo mismo – con las relaciones de producción dentro de las cuales se había estado moviendo hasta ese momento. Esas relaciones se transforman de formas de desarrollo de las fuerzas productivas en ataduras de las mismas. Se inicia entonces una época de revolución social. Con la modificación del fundamento económico, todo ese edificio descomunal se trastoca con mayor o menor rapidez. Al considerar esta clase de trastocamiento material de las condiciones económicas de producción, fielmente comprobables desde el punto de vista de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en suma ideológicas, dentro de las cuales los hombres cobran conciencia de este conflicto y lo dirimen.” (p. 5).

Así planteadas las cosas, da la impresión de que existe una conexión automática entre desarrollo de las fuerzas productivas materiales y relaciones de producción. Esta relación no aparece expresada en términos dialécticos, sino que hay un único factor dinámico, las fuerzas productivas. Las relaciones sociales de producción acompañan los cambios en las fuerzas productivas. Es cierto que Marx contempla la existencia de un proceso por el cual las relaciones sociales pasan de ser un factor de desarrollo de las fuerzas productivas a convertirse en ataduras para las mismas. Pero la relación sigue siendo concebida en términos de primacía de las fuerzas productivas.

El automatismo de la relación fuerzas productivas – relaciones de producción se ve complicado por el último pasaje del texto citado. Allí Marx dice expresamente que la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción se resuelve en el nivel de las formas ideológicas (entre las que incluye a las formas políticas). Es más, afirma que las personas toman conciencia en este nivel de la contradicción mencionada. O sea que el conflicto fuerzas productivas – relaciones de producción sólo encuentra solución en el nivel de la política (hago abstracción de las otras formas ideológicas dado que este nivel remite directamente al Estado). Si bien son las fuerzas productivas las que marcan la dinámica del desarrollo, este pasaje demuestra que Marx considera que las primeras sólo pueden imponerse a las relaciones de producción a través de la mediación de la política.

Con todo, la riqueza de posibilidades que abre el pasaje comentado en el párrafo anterior no da el tono general del Prólogo. Imbuido en la necesidad de hacer un resumen de su concepción de la sociedad, Marx opta por un esquema que recarga el peso de la explicación en la dinámica de las fuerzas productivas. El camino elegido tiene inconvenientes más graves que el mero esquematismo, pues puede llevar a pensar que las fuerzas productivas tienen vida propia, es decir, que son autónomas respecto al conjunto del proceso social. De este modo, las fuerzas productivas vendrían a ocupar el lugar de Dios para los teólogos o del Espíritu Absoluto para los hegelianos.
           

6)  Derivado de los puntos 3 y 4: la cuestión de la metáfora del edificio, recurso empleado por Marx para graficar las relaciones entre fuerzas productivas y relaciones sociales de producción. Ya en en otro lugar tuve oportunidad de discutir los problemas acarreados por el uso de esta metáfora. Aquí me limitaré a indicar que el principal defecto de ella radica en que presenta dicha relación en términos no dialécticos, deslizándose hacia la postulación de una causalidad lineal (causa – efecto), donde el factor dinámico es, como ya hemos mencionado, el desarrollo de las fuerzas productivas. Sin embargo, frases como “el modo de producción de la vida material determina el proceso social, político e intelectual de la vida en general” (p. 4-5), expresan las ambigüedades existentes en el Prólogo, pues el modo de producción es la combinación de fuerzas productivas y relaciones de producción, de manera que cabría decir que no sólo las fuerzas productivas determinan la marcha del proceso social.

Un buen ejemplo de las dificultades de la metáfora se encuentra en el pasaje que cito a continuación:

“Una formación social jamás perece hasta tanto no se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas para las cuales resulta ampliamente suficiente, y jamás ocupan su lugar relaciones de producción nuevas y superiores antes de que las condiciones de existencia de las mismas no hayan sido incubadas en el seno de la propia antigua sociedad.” (p. 5).

En otras palabras, es el desarrollo de las fuerzas productivas quien marca el paso al cambio social. Si esto es aceptado al pie de la letra, es claro que la tarea de quienes pretenden transformar revolucionariamente la sociedad queda subordinada al dinamismo de las fuerzas productivas. Ahora bien, la práctica política de Marx (en la Liga de los Comunistas, en la I Internacional, en la socialdemocracia alemana) muestra una preocupación constante por la construcción de una organización política de los trabajadores, autónoma de la burguesía. De ninguna manera se corresponde con el automatismo fuerzas productivas – relaciones de producción que se desprende del pasaje citado.

El énfasis (necesario) en el reconocimiento de que los seres humanos se hallan condicionados por las condiciones materiales que ellos mismos construyen (4), desdibuja en este Prólogo uno de los mayores logros del pensamiento de Marx, que es precisamente la superación tanto del viejo materialista mecanicista como del viejo idealismo descolgado de la realidad material. Al respecto, conviene recordar que en las Tesis sobre Feuerbach, había planteado que:

“La falla fundamental de todo el materialismo precedente (incluyendo el de Feuerbach), reside en que sólo capta la cosa, la realidad, lo sensible, bajo la forma del objeto o de la contemplación, no como actividad humana sensorial, como práctica; no de un modo subjetivo. De ahí que el lado activo fuese desarrollado de un modo abstracto, en contraposición al materialismo, por el idealismo, el cual, naturalmente, no conoce la actividad real, sensorial, en cuanto tal.” (p. 665, tesis n° 1). (5)

En síntesis, y a pesar de todos los problemas mencionados (o, tal vez, gracias también a ellos mismos), el Prólogo de 1859 constituye uno de los textos breves más ricos en sugerencias de la obra de Marx. Su lectura atenta, crítica, sirve, entre otras cosas, para perderle el respeto a Marx sin dejar de respetarlo. Es decir, el mejor estado para leer a los clásicos.

Villa del Parque, miércoles 17 de septiembre de 2014


NOTA BIBLIOGRÁFICA:

Todas las citas del Prólogo han sido tomadas de la edición: Marx, Karl. (2000). Contribución a la crítica de la economía política. México D. F.: Siglo XXI. (pp. 3- 7). Traducción española de León Mamés.

NOTAS:

(1)  Zur Kritik der politischen Ökonomie fue publicada en Berlín en 1859. Marx, en el plan de trabajo incluido al comienzo del Prólogo, indica que se trata del primer fascículo de su crítica de la economía política (El Capital): “Consideraré el sistema de la economía burguesa en la siguiente secuencia: el capital, la propiedad de la tierra, el trabajo asalariado; el estado, el comercio exterior, el mercado mundial. Bajo los tres primeros investigaré las condiciones económicas de vida de las tres grandes clases en las que se divide la sociedad burguesa moderna; la relación entre los otros tres rubros salta a la vista. La primera sección del primer libro, que trata del capital, consta de los siguientes capítulos: 1] la mercancía; 2] el dinero o la circulación simple; 3] el capital en general. Los dos primeros capítulos constituyen el contenido del presente fascículo.” (p. 3).

Respecto al Prólogo en sí, Marx señala que fue la segunda opción, luego de la supresión de una Introducción: “He suprimido una introducción general que había esbozado, puesto que, ante una reflexión más profunda, me ha parecido que toda anticipación de los resultados que aún quedarían por demostrarse sería perturbadora, y el lector que esté dispuesto a seguirme tendrá que decidirse a remontarse desde lo particular hacia lo general.” (p. 3).

(2)  Miseria de la Filosofía constituye una respuesta a un escrito de Pierre-Joseph Proudhon y, por tanto, posee un carácter marcadamente polémico. Si bien en ella se encuentran pasajes fundamentales para la comprensión de la teoría marxista, éstos deben entresacarse de párrafos enteros dedicados al debate con el teórico anarquista francés. Además, la obra tuvo escasa difusión. En cuanto al Manifiesto, en 1859 su circulación era todavía pequeña. Sólo a partir de las décadas de 1870 y 1880 se multiplicaron las ediciones, convirtiéndose en la obra más conocida del socialismo marxista. Por ello puede afirmarse que el Prólogo vino a llenar un vacío en la literatura socialista, al presentar en pocas líneas la teoría marxista de la sociedad.

(3)  Transcribo el pasaje completo: “La existencia de una clase oprimida es la condición vital de toda sociedad fundada en el antagonismo de clases. La emancipación de la clase oprimida implica, pues, necesariamente la creación de una sociedad nueva. Para que la clase oprimida pueda liberarse, es preciso que las fuerzas productivas ya adquiridas y las relaciones sociales vigentes no puedan seguir existiendo unas al lado de otras. De todos los instrumentos de producción, la fuerza productiva más grande es la propia clase revolucionaria. La organización de los elementos revolucionarios como clase supone la existencia de todas las fuerzas productivas que podían engendrarse en el seno de la vieja sociedad.” (Marx, Karl, Miseria de la Filosofía, Moscú, Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1981, p. 142; el resaltado es mío). A diferencia del Prólogo, aquí la mediación política entre fuerzas productivas y relaciones de producción es mucho más fuerte, a punto tal que Marx incluye a la clase revolucionaria entre las fuerzas productivas. Si nos ceñimos a la letra del Prólogo, las fuerzas productivas materiales están constituidas por la tecnología (por ejemplo, los instrumentos de producción). En el Prólogo, la mediación política opera en un marco ya prefigurado por la tecnología; es decir, la política interviene una vez que la tecnología ha llegado a un límite tal que no puede seguir avanzando si no son reemplazadas las viejas relaciones de producción. En Miseria se enfatiza el papel de la iniciativa de la clase revolucionaria. La dinámica histórica deja de concentrarse en el nivel de la tecnología.

(4)  Plasmado en pasajes clásicos como el que sigue: “Así como no se juzga a un individuo de acuerdo a lo que éste cree ser, tampoco es posible juzgar una época semejante de revolución a partir de su propia conciencia, sino que, por el contrario, se debe explicar esta conciencia a partir de las contradicciones de la vida material, a partir del conflicto existente entre fuerzas sociales productivas y relaciones de producción.” (p. 5).


(5)  Traducción española de Wenceslao Roces, incluida en: Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1985). La ideología alemana. Buenos Aires: Ediciones Pueblos Unidos y Cartago.

martes, 2 de septiembre de 2014

HUELGAS, PIQUETES Y DEMOCRACIA

El dato político más importante de las jornadas de lucha del 27 y 28 de agosto fue la confirmación de que la izquierda clasista ha pasado a ser un actor de peso en el movimiento obrero. De por sí, esto genera un nuevo escenario político. Así, la mención, cada vez más frecuente, del Partido Obrero por parte de Cristina Fernández, Capitanich, Sergio Berni, los dirigentes de la burocracia sindical, los intelectuales de la burguesía, es un indicador de la nueva situación.

El crecimiento de la izquierda clasista pone en discusión los límites de la democracia argentina, que permanecieron inalterados desde la restauración democrática (1983) hasta la actualidad. Las discusiones rutinarias, en las que los políticos del PJ, la UCR, el macrismo, el socialismo de Binner, el “mesianismo” de Carrió, aburren y se aburren mutuamente, dejan de ser importantes y pasan a ser resignificadas a partir de la irrupción de la izquierda. Un ejemplo de esto es el tema de los piquetes, un clásico en las intervenciones públicas de los políticos de la burguesía argentina. Según ellos, y dejando de lado los matices, los piquetes (sobre todo entendidos en su forma de corte de rutas y calles) constituyen una práctica repudiable, pues, y más allá de la mayor o menor legitimidad del reclamo, impiden el ejercicio del derecho a circular por parte de otros ciudadanos.

Las jornadas del 27 y 28 de agosto pusieron otra vez en el centro del escenario político a la discusión en torno al piquete, como consecuencia de su utilización por la izquierda clasista. Como sucedió en el paro nacional del 10 de abril pasado, los periodistas e intelectuales de la burguesía plantearon una y otra vez que el éxito del paro se debió no a la decisión de los trabajadores de ir a la huelga, sino a la intimidación generada por los cortes de rutas y calles. No podemos entrar aquí en la discusión en torno al alcance del paro nacional del 28 de agosto, pues ello ampliaría demasiado los límites de este artículo. Basta decir que, y a pesar del funcionamiento (más parcial que pleno) de los colectivos, las calles estuvieron semivacías, en un ambiente que se parecía más a un día feriado que a una jornada laborable. Frente a ello, la explicación de los intelectuales burgueses fue: “la culpa la tiene el piquete”. El argumento es simple: las principales vías de acceso a la Capital fueron cortadas por piqueteros, quienes impidieron así que quienes querían ir a trabajar pudieran hacerlo. Estos intelectuales plantean la cuestión como un conflicto entre derechos abstractos. De un lado, el derecho a protestar; del otro, el derecho a circular por los caminos de la República  (al que se suma el derecho a trabajar). En esta compulsa entre derechos abstractos, se privilegian los segundos frente al primero. De modo que los piqueteros proceden de modo antidemocrático, pues conculcan los derechos de los demás apelando al uso de la violencia. En todo momento se remarca que, puesto que el piquete es una expresión violenta, descalifica a quienes tanto a quienes lo practican como a su reclamo.

La prédica incansable de periodistas y opinadores profesionales contra los piquetes se apoya en una cuestión de fondo, que ellos nunca sacan a la luz. Nuestra democracia, tal como existe desde 1983, se sustenta en el reconocimiento del capitalismo como la única forma posible de organización social. En el caso que nos ocupa, esto se plasma en una afirmación de los derechos abstractos y en una negación sistemática de los derechos concretos (más claro, de la concreción de esos derechos abstractos). Así, el derecho a una vivienda digna está garantizado por nuestra Constitución, siempre y cuando el destinatario de ese derecho esté en condiciones de pagar el importe del precio de compra de la vivienda o, en su defecto, el alquiler de la misma. Así, el derecho a la protesta está garantizado…siempre que no afecte los derechos de los demás. Pero la realidad es diferente al mundo de las abstracciones.

En todo conflicto laboral, empresarios y trabajadores se encuentran en condiciones de desigualdad. Los primeros disponen de la propiedad de los medio de producción y de abogados, periodistas, funcionarios y policías que les son adictos; los segundos, poseedores de la fuerza de trabajo, sólo cuentan con su organización y con la solidaridad de los otros trabajadores. Por ejemplo, si una empresa despide a parte o a la totalidad de sus trabajadores, éstos pueden accionar legalmente contra la empresa, pero no pueden estar mucho tiempo sin trabajar. O bien obtienen un triunfo rápido, o bien tienen que llegar a un acuerdo con la empresa para cobrar una indemnización sin pasar por la amansadora interminable de un juicio laboral. El empresario, ante una huelga prolongada, cuenta con recursos como para seguir llevando su tren de vida; el trabajador tiene una capacidad de resistencia monetaria infinitamente más reducida. Por eso los trabajadores saben que tienen que hacer “visible” su conflicto o sufrir una derrota aplastante.

El piquete es una de las respuestas obreras a la dispar relación de fuerzas entre capital y trabajo. Mientras que la burguesía procura encapsular el conflicto al interior de la empresa, para mantener la impresión de que se trata de un problema privado, los obreros necesitan salir de esa dinámica, enfatizando el carácter esencialmente político del conflicto. Al abandonar los límites de la empresa y cortar el tránsito de una calle, los trabajadores imprimen un nuevo carácter a su lucha, la transforman en un conflicto que desde el vamos es político, porque fuerzan la intervención directa del Estado.

Entonces, el piquete, lejos de ser un mero enfrentamiento entre trabajadores irracionales (y/o confundidos) y automovilistas enajenados, constituye la expresión concreta del carácter político de la lucha entre capital y trabajo. He aquí el secreto de la condena unánime del piquete por la burguesía. He aquí también la importancia de la reivindicación del piquete por los trabajadores y la izquierda clasista. El piquete irrita tanto a nuestra burguesía porque desnuda que la relación entre capital y trabajo es una relación política, no un contrato entre individuos que prestan voluntariamente su consentimiento. Al cortar calles y rutas, los trabajadores sacan el conflicto del ámbito privado y lo traspasan al ámbito público, “politizando” así el conflicto.

Como indicamos más arriba, la democracia argentina restaurada tuvo por eje el reconocimiento del carácter natural del capitalismo. Al reivindicar el piquete, la izquierda clasista traspone los límites de esa democracia. En este punto es preciso hacer una aclaración. Las luchas obreras que se han ido desarrollando en los últimos meses (Gestamp, Lear, Emfer-Tatsa, Donnelley, etc.) tienen carácter defensivo, esto es, procuran frenar las suspensiones y despidos. No se proponen modificar radicalmente la relación capital – trabajo. Pero la utilización del piquete y de variadas formas de movilización callejera hace que las luchas trasciendan el ámbito de la fábrica. Los periodistas e intelectuales que despotrican contra los piquetes, haciendo referencia a los prejuicios que generan los piqueteros a los automovilistas, juegan sucio. En verdad, lo que les importa es suprimir los piquetes para borrar toda huella de que las luchas entre capital y trabajo son luchas políticas.

La cuestión de los piquetes pone en discusión el carácter de nuestra democracia, tal como ésta ha sido concebida desde 1983 en adelante. La democracia argentina (como la democracia capitalista en general) tiene como punto de partida una rígida separación entre los ámbitos del ciudadano y del trabajador. Así, la ciudadanía garantiza participar en la elección de los gobernantes y la igualdad de los ciudadanos ante la ley (por ejemplo, un ciudadano = un voto). En cambio, el trabajador se encuentra con condiciones políticas bien diferentes; en su lugar de trabajo, las decisiones acerca de qué producir, cómo producirlo, en qué cantidad y para quién, son tomadas por los dueños de la empresa, sin que se lo consulte en lo más mínimo. El lugar de trabajo es una dictadura, no una democracia. Como el trabajo es aquello que la mayoría de las personas hacen la mayor parte de sus vidas, resulta que las personas viven buena parte de su tiempo en condiciones de dictadura, aprendiendo en la práctica que no pueden tomar decisiones propias acerca de su existencia. Ahora bien, la separación a la que hicimos mención más arriba garantiza que esta situación no sea percibida. Por política se entiende el ámbito de las elecciones, de los partidos, del Congreso, etc. En cambio, el lugar de trabajo es un sitio a-político, en el sentido de que las reglas de juego imperantes en él han sido instituidas por individuos que celebraron un contrato estando en condiciones adecuadas para expresar su consentimiento. Más claro, la relación capital – trabajo es vista como el producto del contrato, y no como una relación política de sometimiento y explotación del trabajo por el capital. El individualismo (“cada uno debe cuidar su propia espalda”) es la expresión práctica de esta situación.

La izquierda clasista, al plantear el carácter político del enfrentamiento entre capital y trabajo, quiebra el consenso establecido a partir de 1983. Frente a las revoluciones “culturales” propuestas por el progresismo y el kirchnerismo, la izquierda patea el tablero, al plantear que la única democratización en serio de nuestra sociedad pasa por el establecimiento de la democracia en el lugar de trabajo. Para ello es preciso abordar la cuestión de la propiedad privada, pues ella es el secreto del poder de los empresarios. Sólo así será posible establecer una democracia que supere la escisión entre lo abstracto de los derechos y su concreción en la práctica.

Al principio de este artículo afirmamos que el dato más significativo del paro del 27 y 28 de agosto fue la constitución de la izquierda clasista como actor político significativo. Lejos de ser expresiones coyunturales, el piquete y el reconocimiento de la lucha de clases entre empresarios y trabajadores apuntan al núcleo de las relaciones de poder en la sociedad argentina. Por ello, y más allá de los desafíos que se abren para la izquierda y el movimiento obrero, el ascenso de la izquierda clasista es el fenómeno político más importante desde 1983.


Villa Jardín, martes 2 de septiembre de 2014