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sábado, 28 de noviembre de 2015

LA ESTRATEGIA DE MARX EN LA PRIMERA INTERNACIONAL: EL PASAJE DE LA LUCHA ECONÓMICA A LA LUCHA POLÍTICA







“La emancipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos.”
Karl Marx


Existe la tendencia a separar al Marx “científico” del Marx “político”, privilegiando al primero y dejando en la oscuridad al segundo. Según esta tendencia, Marx fue ante todo un teórico que llevó adelante una formidable descripción del capitalismo de su época, plasmada en El Capital; su militancia política, en cambio, es puesta en un segundo plano, como si fuera una actividad secundaria y limitada a lo coyuntural. Esta caracterización de la obra de Marx es desarrollada sobre todo por el mundo académico. Se pierde así la conexión indisoluble entre la crítica del capitalismo y la acción dirigida a conseguir la independencia política de la clase obrera.

Este artículo [*] tiene por objeto esbozar la estrategia de Marx para el movimiento obrero desarrollada durante los primeros años de su participación en la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT a partir de aquí). El objetivo es presentar la mencionada estrategia en su conexión con la concepción marxista del capitalismo y del Estado.


La crisis económica de 1857 reabrió para Marx las perspectivas del estallido de una nueva revolución europea. De ahí que tomara la decisión de preparar para la publicación los resultados de sus estudios sobre el capitalismo. En su opinión, se trataba de una cuestión de vida o muerte[1]. Una de las condiciones necesarias para la intervención autónoma de la clase obrera en la crisis era, precisamente, la comprensión del funcionamiento de la economía capitalista. Si se carecía de dicha comprensión, se corría el riesgo de adoptar el diagnóstico de la burguesía, manteniendo así el papel de furgón de cola del proletariado respecto a los emprendimientos políticos burgueses. Tal fue el origen de los Grundrisse, que pueden ser considerados la primera versión de El Capital.

El esperado ascenso revolucionario no se produjo. Pero el episodio es significativo para ilustrar el papel asignado por Marx a la teoría. En la década de 1860, y en el marco del crecimiento del movimiento obrero, Marx redobló su apuesta por la unión indisoluble entre teoría y prácticas revolucionarias. El Capital (1867) y la participación en el CG de la AIT son hitos de esta forma de concebir la política.

Es difícil exagerar la importancia que tuvo la AIT en la actuación política de Marx. En primer lugar, porque significó la reincorporación de Marx a la política activa, luego de los largos años que sucedieron a las derrotas de las revoluciones de 1848-1849. En segundo lugar, y esto es fundamental, porque Marx tuvo un contacto permanente con las principales organizaciones del proletariado europeo de la época. Debió afrontar de manera práctica las dificultades de la acción política de la clase obrera, y ello lo llevó a desarrollar su teoría de la política y del Estado. Es habitual destacar a este respecto la centralidad de la Comuna de París en la reformulación de la teoría marxista del Estado. Sin discutir la importancia de La guerra civil en Francia  y los demás escritos sobre la Comuna, corresponde decir que los textos e intervenciones desarrolladas en el seno de la AIT ocupan un lugar semejante en la evolución del pensamiento político de Marx.

La AIT surgió como resultado del resurgimiento de las luchas obreras en Europa a partir de la década de 1860. La derrota de las revoluciones de 1848 en el continente europeo, y la declinación del cartismo hacia la misma fecha, marcaron el comienzo de una parálisis relativa de la clase obrera, que duró hasta comienzos de los años ’60. No obstante, las filas de los trabajadores siguieron engrosando con el desarrollo industrial, que ya no se encontraba limitado a Inglaterra, sino que también se extendía a varios países de la Europa continental (sobre todo, Alemania, Francia y Bélgica) y a los EE.UU.

El ascenso de la conflictividad obrera en un marco caracterizado por la difusión de la industrialización a escala europea, implicó nuevos desafíos para los dirigentes obreros. En particular, la práctica empresaria de “importar” trabajadores de otro país para romper las huelgas representó un problema para el éxito del movimiento huelguístico. Los militantes obreros experimentaron en carne propia los efectos de la expansión internacional del capital; muchos de ellos comenzaron a vislumbrar la necesidad de la unidad de los trabajadores más allá de las fronteras nacionales. Esto implicó un salto en la conciencia del movimiento obrero y se tradujo en la constitución de la AIT. De hecho, el origen de la misma fue una reunión de obreros ingleses y franceses, celebrada en Londres en 1864, en la que se discutió, entre otros temas, el problema de los rompehuelgas.[2]

La AIT se caracterizó por la diversidad de tendencias y formas organizativas que convivían en su interior. Al momento de su fundación, la AIT estaba integrada por los sindicatos ingleses y franceses. Los primeros, mucho más fuertes, habían sacado al movimiento obrero inglés del marasmo que sucedió a la derrota definitiva del cartismo luego de 1848. Estaban concentrados en la lucha económica y, al momento de crearse la AIT, se encontraban bregando por constituir una central sindical nacional[3]. Los sindicatos franceses, por su parte, empezaban a levantar cabeza luego de la feroz represión de la insurrección parisina de junio de 1848, y gozaban de una precaria tolerancia de parte del régimen de Napoleón III; entre ellos predominaban las ideas de Proudhon[4]. Los “marxistas” (si cabe aplicar la denominación en este período) se encontraban en franca minoría. La participación de Marx en el CG dependía de la buena voluntad de los poderosos sindicatos ingleses[5]; tuvo que maniobrar con habilidad para no perder ese apoyo y, a la vez, desplegar su estrategia para el movimiento obrero. Arru describe así la política marxista en este período:

“La praxis política de Marx se desarrollaba (…) en dos planos: de un lado colaboraba en la coordinación internacional de las fuerzas reales del proletariado organizado, y de otro con un análisis atento de los desarrollos de las luchas particulares, y de la madurez política que de ellos se derivaba, actuaba para que el movimiento obrero superase las viejas tácticas, abandonase las posiciones teóricas y prácticas atrasadas y se hiciese consciente de las posibilidades de una perspectiva revolucionaria.” (Arru, 1974: 30).

Cole, por su parte, sintetiza de la siguiente manera la acción de Marx en la AIT:

“Marx, en 1864, no había dejado de ser un socialista revolucionario, ni había abandonado las opiniones expresadas en el Manifiesto comunista 16 años antes. Sin embargo, después de las experiencias de 1848 y de los años siguientes, tenía más conciencia de las dificultades para dar a la revolución la requerida dirección socialista y de los peligros del mero revolucionarismo, sin el apoyo de un movimiento bien organizado de la clase obrera. Después de 1850, Marx había dejado de pertenecer a la extrema izquierda del movimiento revolucionario, y había llegado a mirar con mucha sospecha las simples revueltas que presentaban al enemigo facilidades innecesarias para destruir las organizaciones obreras, y privarlas de sus dirigentes, mediante la prisión o el exilio. Lo que él quería hacer al fundar la Internacional era tomar el movimiento obrero tal como existía y fortalecerlo en su lucha diaria, en la creencia de que de este modo podía ser orientado por el buen camino y desarrollar, en una dirección ideológica, una concepción revolucionaria que naciese de la experiencia de la lucha por reformas parciales, económicas y políticas.” (Cole, 1980: 93).

Como se indicó más arriba, la puesta en marcha de esta estrategia supuso una gran dosis de paciencia y equilibrio, dada la fragilidad de la posición de Marx en la AIT. Una circunstancia favoreció inicialmente los planes de Marx. Los sindicatos ingleses consideraban a la AIT como una actividad secundaria, en tanto concentraban sus energías en la lucha por la reforma electoral y por la obtención de mejoras económicas. De ahí que los dirigentes de los sindicatos ingleses recurrieran a los exiliados alemanes para colaborar en la administración diaria de la AIT y en la preparación de los textos programáticos dirigidos al movimiento obrero europeo. Marx aprovechó largamente esta circunstancia. Integró el CG de la AIT y tuvo a su cargo la redacción de los principales documentos de la organización. En ellos fue desplegando su estrategia para el movimiento obrero.


Marx tuvo a su cargo la redacción del Manifiesto Inaugural de la AIT, que apareció como folleto en noviembre de 1864. Este documento era la carta de presentación de la nueva organización; Marx esbozó en él las líneas generales de su estrategia política. El grueso del texto es una denuncia pormenorizada de los efectos del desarrollo del capitalismo en Gran Bretaña. Así, la expansión de la riqueza va de la mano con la miseria de la clase trabajadora. Desde el punto de vista del tema de este artículo la parte más importante del documento es la dedicada al análisis de las luchas obreras contra el capital.

Marx  comenta dos logros del movimiento obrero inglés: a) la limitación de la jornada laboral a 10 horas diarias, obtenida en 1847; b) el desarrollo del movimiento cooperativo. En el caso de la jornada de 10 horas, Marx destaca la significación del triunfo de los obreros ingleses, cuya victoria no sólo se verificó en el terreno práctico, sino que también representó una victoria en el plano de la teoría, pues la economía política proletaria se impuso sobre la economía política burguesa. Este punto es interesante, porque Marx pretende mostrar que la lucha económica (en este caso, la lucha por la limitación de la jornada laboral) va más allá de los límites estrechos que se pretende imponerle. Al argumentar a favor de una limitación de la jornada laboral, los obreros ingleses debieron dar la batalla teórica a los economistas burgueses, quienes sostuvieron que la ganancia del capitalista se hallaba concentrada precisamente en aquellas horas de producción que la limitación de la jornada laboral pretendía suprimir. La obligación de dar esta contienda teórica obligó a los obreros a encarar la cuestión del capitalismo como un todo, y no partir de conflictos particulares entre un empresario y un grupo de trabajadores.

Con respecto a las cooperativas, Marx indica en primer lugar que dicha forma organizativa pone en jaque las ideas de los burgueses sobre la producción. Aquí corresponde hacer una observación. Los sindicatos ingleses de la época promovían sobre todo las cooperativas de consumo (sociedades cooperativas de consumidores), que tendían a favorecer a los sectores mejor pagos de la clase obrera, facilitando su integración a la lógica capitalista[6]. En el Manifiesto Inaugural, Marx privilegia a las cooperativas de producción, más concretamente a las “fábricas cooperativas”:

Es imposible exagerar la importancia de estos grandes experimentos sociales que han mostrado con hechos, no con simples argumentos, que la producción en gran escala y al nivel de las exigencias de la ciencia moderna, puede prescindir de la clase de los patronos, que utiliza el trabajo de la clase de las «manos»; han mostrado también que no es necesario a la producción que los instrumentos de trabajo estén monopolizados como instrumentos de dominación y de explotación contra el trabajador mismo; y han mostrado, por fin, que lo mismo que el trabajo esclavo, lo mismo que el trabajo siervo, el trabajo asalariado no es sino una forma transitoria inferior, destinada a desaparecer ante el trabajo asociado que cumple su tarea con gusto.” (Marx, 2001).

La referencia a las cooperativas contiene pues, una crítica y una afirmación positiva. Marx critica de manera indirecta a los sindicatos ingleses, cuya política de cooperativas de consumo permanecía dentro de la lógica del capital. Más allá de los beneficios que podían acarrear para los trabajadores individuales, dichas cooperativas no permitían esclarecer el significado histórico de la lucha entre el capital y el trabajo. La afirmación positiva, en cambio, era la defensa de las cooperativas de producción, pues esta forma organizativa mostraba al trabajador el contraste entre la producción capitalista y aquella realizada a partir de la libre asociación de los productores.

En segundo lugar, Marx se preocupa por marcar los límites de las cooperativas. El pasaje siguiente resume dichos límites:

“Para emancipar a las masas trabajadoras, la cooperación debe alcanzar un desarrollo nacional y, por consecuencia, ser fomentada por medios nacionales. Pero los señores de la tierra y los señores del capital se valdrán siempre de sus privilegios políticos para defender y perpetuar sus monopolios económicos. Muy lejos de contribuir a la emancipación del trabajo, continuarán oponiéndole todos los obstáculos posibles.” (Marx, 2001).

En otras palabras, no bastan la persuasión y el ejemplo para lograr que se imponga el socialismo. Con todos sus méritos, las cooperativas tropiezan, más tarde o más temprano, con la resistencia de la clase capitalista, que asienta su dominación sobre la explotación de los trabajadores. La reorganización de la producción sobre bases que eliminen la explotación es, pues, un problema político y no técnico. De ahí que Marx proponga la conquista del poder político por la clase trabajadora:

“La conquista del poder político ha venido a ser, por lo tanto, el gran deber de la clase obrera. Así parece haberlo comprendido ésta, pues en Inglaterra, en Alemania, en Italia y en Francia, se han visto renacer simultáneamente estas aspiraciones y se han hecho esfuerzos simultáneos para reorganizar políticamente el partido de los obreros.” (Marx, 2001).

Hay que recordar que el Manifiesto Inaugural era el documento de presentación de la AIT, una organización en la que tenían una mayoría casi absoluta los sindicatos ingleses y franceses, que rechazaban o veían con desconfianza la organización política de los trabajadores. Al resaltar la necesidad de la conquista del poder político y proponer la organización de un partido político de la clase obrera, Marx estaba planteando el pasaje desde el momento de la lucha económica al momento de la lucha política. Esto implicaba un nuevo salto cualitativo para la clase trabajadora, mucho más grande que el representado por la creación de la AIT.

La experiencia histórica de la AIT mostró que todavía no estaban dadas las condiciones para llevar a cabo el salto mencionado en el párrafo anterior, pero la política de Marx en la Internacional contribuyó a allanar el camino para lograr la mencionada organización política de la clase trabajadora. Esto se logró, sobre todo, por la política de esclarecimiento teórico, mostrando cuáles eran las bases de la dominación capitalista; pero también por el apoyo marxista a esa formidable experiencia política que fue la Comuna de París (1871).

Los Estatutos de la AIT son otra ilustración de la concepción política de Marx durante el período. El demócrata italiana Mazzini, creador de numerosas sociedades secretas en la época anterior a las Revoluciones de 1848, había presentado un proyecto de Estatutos, según el cual la AIT se constituiría como sociedad centralizada, al estilo de las sociedades secretas. Para Marx, esto era un error, pues retrotraía al movimiento obrero a formas de organización propias de una etapa histórica superada. El crecimiento del movimiento obrero en los años ‘60 exigía una estructura organizativa capaz de actuar en un marco de legalidad y que, a la vez, permitiera contener a las distintas corrientes ideológicas que coexistían entre los trabajadores. Convertir a la AIT en expresión de una única corriente ideológica equivalía a obstaculizar el desarrollo del movimiento obrero.

“Por eso, de un lado los Estatutos deben permitir el ingreso de todos los movimientos existentes (proudhonianos, lassallianos, trade unionistas), y de otro lado la Asociación (…) debe favorecer, a través de la lucha común y las discusiones en los Congresos, la lenta construcción de una teoría común para el movimiento obrero.” (Arru, 1974: 28-29).

En los términos de Marx, El Capital era esa teoría para el movimiento obrero. La constitución de la autonomía política de la clase obrera, y la consiguiente lucha por el poder político, eran imposibles sin la adopción de una teoría que diera por tierra con las teorías elaboradas por la burguesía.

Los considerandos de los Estatutos son claros respecto a la política defendida por Marx. En primer lugar, el movimiento obrero debe dejar atrás tanto las viejas formas organizativas (por ejemplo, las sociedades secretas) como el aislamiento nacional[7]. En segundo lugar, los trabajadores tienen que comprender que el sometimiento del trabajo al capital no sólo es fuente de miseria, sino de dependencia política y sometimiento. En este punto se cruzan la teoría marxista del capitalismo con la acción política contra el capital. Teoría y práctica resultan así las dos caras de la misma moneda, y separarlas (estableciendo, por ejemplo, una escisión entre “prácticos” y “teóricos”) equivale a condenar al movimiento obrero a desarrollarse a la sombra de la burguesía. Por último, los dos puntos anteriores implican postular que la liberación de los trabajadores tiene que ser obra de los trabajadores mismos, es decir, que estos no pueden poner sus esperanzas en las iniciativas políticas de la burguesía, pues todas ellas mantienen la explotación del trabajo por el capital. El corolario necesario de esta afirmación es la organización política de los trabajadores, cuestión que aparece expresada en los Estatutos en la frase más significativa de los mismos: “la emancipación económica de la clase obrera es, por lo tanto, el gran fin al que todo movimiento político debe ser subordinado como medio” (Marx, 2000). No es este el lugar para volver sobre la interpretación de este pasaje por marxistas y anarquistas en la lucha que sostuvieron en el seno de la AIT. Para nuestros fines basta con indicar que “la emancipación económica” significa para Marx la abolición del trabajo asalariado, la cual sólo es posible en la medida en que la clase obrera se adueñe del poder político.


Salario, precio y ganancia (SPG a partir de aquí) es el título de una conferencia dictada por Marx en las sesiones del CG de la AIT del 20 y 27 de junio de 1865. El motivo inmediato fue la discusión de la concepción sobre el salario y la lucha sindical defendida por John Weston (miembro del CG). Weston, partiendo de las tesis de que el volumen de la producción nacional es algo fijo y de que la suma de los salarios reales también es una suma fija, sostuvo que el aumento de los salarios no servía para mejorar la situación de los obreros, y que la acción sindical debía ser considerada perjudicial para los intereses de la clase trabajadora.

Marx rebatió el argumento de Weston mediante la exposición tanto de su teoría del valor como de su teoría de los salarios. En este punto, cabe decir que adelantó los resultados que aparecerían dos años después en el Libro Primero de El Capital. No es este el lugar para desarrollar dichas teorías. Nos concentraremos, en cambio, en analizar la concepción marxista de los sindicatos a partir de lo expuesto en SPG.

Desde el comienzo mismo de la AIT, la política de Marx consistió en buscar imponer la concepción de la necesidad de la autonomía política de la clase obrera frente a la burguesía. Para ello resultaba imprescindible poner en discusión la economía política, verdadero núcleo de la ideología burguesa. Marx venía trabajando en la crítica de la ciencia económica desde el principio mismo de su exilio londinense, en condiciones de extrema soledad política. Tanto la AIT como el movimiento iniciado por Lassalle en Alemania, proporcionaron a Marx una nueva oportunidad de intervenir en la política activa.

La discusión de las opiniones de Weston fue, pues, la excusa ideal para presentar las conclusiones de la crítica de la economía política. El ámbito y las circunstancias permiten inferir que la preocupación de Marx era tanto política como científica. Si la AIT aceptaba alguna de las variantes de la teoría económica burguesa, la posibilidad de construir la independencia política de los trabajadores se esfumaría. En el caso particular de Weston, si la AIT aprobaba sus tesis sobre la inutilidad de la acción sindical, la clase obrera se vería privada de una escuela de lucha, acentuando así su sometimiento político a la burguesía. De ahí la importancia de SPG.

Marx desarrolla su argumento sobre la lucha entre el capital y el trabajo en el apartado XV de la obra. El punto de partida es el reconocimiento de que el mencionado conflicto es inseparable del “sistema del salariado” y que obedece “al hecho de que el trabajo se halla equiparado a la mercancía y, por tanto, sometido a las leyes que regulan el movimiento general de los precios” (Marx, 1975: 132).

El conflicto entre capital y trabajo es, por tanto, inevitable; debido a ello, la constitución de organizaciones obreras dirigidas a disputar con la burguesía en torno a los salarios no admite discusión. Ahora bien, el problema planteado por Weston era otro: los sindicatos, ¿tenían posibilidades de éxito? Hay que recordar que la AIT misma había surgido como producto de la confluencia entre los sindicatos ingleses y franceses, que buscaban evitar la competencia entre los obreros de ambos lados del Canal de la Mancha, evitando así que las huelgas fueran derrotados (los empresarios “importaban” trabajadores para que se desempeñaran como rompehuelgas). Si se probaba que la acción sindical era ineficaz, quedaban anuladas las bases mismas de la AIT.

Marx empieza por plantear que la fuerza de trabajo, en lo que hace a su valor, se comporta de manera diferente al resto de las mercancías. Así, su valor está formado por dos elementos: uno físico, y otro histórico o social. El elemento físico está constituido por el conjunto de mercancías indispensables para que el trabajador esté en condiciones de trabajar y de multiplicarse como clase. Se trata, pues, del salario mínimo. Pero al lado de este elemento físico se encuentra el elemento histórico, que está dado por el conjunto de necesidades que se considera que deben ser satisfechas en un momento histórico y en una sociedad determinada. Por ejemplo, el elemento histórico puede incluir la obligación por parte de la patronal de pagar las vacaciones del trabajador.

El empresario procura suprimir el elemento histórico y reducir el físico a su mínima expresión. Pero se encuentra con la oposición de los trabajadores, cuya resistencia adopta diversas formas según su capacidad de organización. Así, el problema de la determinación del salario excede el marco de las leyes “económicas”: “El problema se reduce, por tanto, al problema de las fuerzas respectivas de los contendientes.” (Marx, 1975: 136). De este modo, Marx rebate tanto las ideas de Weston como la tesis de la ley de bronce de los salarios[8], defendida por Lassalle y sus partidarios en Alemania.

Si es la lucha de clases la que determina la magnitud del salario, y si el resultado de esa lucha de las fuerzas de los contendientes, resulta evidente la necesidad de los sindicatos como forma de organización de la lucha económica de los trabajadores. Marx responde así a la cuestión sobre las formas de lucha del movimiento obrero, tema candente si se tiene en cuenta que muchos dirigentes obreros abogaban por las cooperativas como principal herramienta de lucha contra el capitalismo (o el crédito gratuito, como era el caso de los partidarios de Proudhon[9]).

Ahora bien, el reconocimiento del carácter inevitable de la lucha entre el capital y el trabajo, y de la necesidad de los sindicatos, era para Marx un punto de partida, no el final del movimiento. La disputa por la magnitud del salario constituía, en definitiva, el momento corporativo del movimiento obrero, en el que éste procuraba mantener sus posiciones dentro del sistema capitalista. Marx deja en claro que no despreciaba este momento; todo lo contrario, pensaba que la lucha económica fortalecía al movimiento obrero en la medida en que le permitía tomar conciencia de su fuerza.

“Si en sus conflictos diarios con el capital [los trabajadores] cediesen cobardemente, se descalificarían sin duda para emprender movimientos de mayor envergadura.” (Marx, 1975: 140).

En síntesis, la lucha económica es un paso necesario para desarrollar otras formas de lucha contra el capital. Sin embargo, si el movimiento permanece en los marcos del momento corporativo, la lucha por el socialismo es imposible.

“Al mismo tiempo (…) la clase obrera no debe exagerar a sus propios ojos el resultado final de estas luchas diarias. No debe olvidar que lucha contra los efectos, pero no contra la causa de estos efectos; que lo que hace es contener el movimiento descendente [de los salarios], pero no su dirección; que aplica paliativos, pero no cura la enfermedad. No debe, por tanto, entregarse por entero a esta inevitable guerra de guerrillas, continuamente provocada por los abusos incesantes del capital o por las fluctuaciones del mercado. Debe comprender que el sistema actual, aun con todas las miserias que vuelca sobre ella, engendra simultáneamente las condiciones materiales y las formas sociales necesarias para la reconstrucción económica de la sociedad. En vez de lema conservador de: « ¡Un salario justo por una jornada de trabajo justa!», deberá inscribir en su bandera esta consigna revolucionaria: « ¡Abolición del sistema del trabajo asalariado!».” (Marx, 1975: 140).

La lucha contra el sistema del trabajo asalariado era, forzosamente, una lucha política, en el sentido de que implicaba la conquista del poder político, baluarte de la propiedad privada de los medios de producción que servía de base al sistema del trabajo asalariado. Esto lleva a Marx a criticar a los sindicatos ingleses, los más avanzados en el terreno de la lucha corporativa:

“Las tradeuniones trabajan bien como centros de resistencia contra las usurpaciones del capital. (…) Pero, en general, son deficientes por limitarse a una guerra de guerrillas contra los efectos del sistema existente, en vez de esforzarse, al mismo tiempo, por cambiarlo, en vez de emplear sus fuerzas organizadas como palanca para la emancipación final de la clase obrera; es decir, para la abolición definitiva del sistema del trabajo asalariado.” (Marx, 1975: 141).
El pasaje del momento corporativo al momento político supone un cambio en la forma de organización de los trabajadores, que ya no puede ser el sindicato, especializado en la lucha económica. Marx indica la tarea a realizar (la abolición del trabajo asalariado), pero no aclara qué forma organizativa deberá llevar adelante dicha tarea. Roza así los límites mismos de la AIT, constituida básicamente por sindicatos.

Lo expuesto en los párrafos precedentes muestra que Marx sostenía que el movimiento obrero debía dar el salto a la lucha por conquistar el poder político. Hay aquí una continuidad con el Manifiesto Comunista y con la tarea desarrollada en la Liga de los Comunistas. El énfasis puesto en la crítica de las tradeuniones sirve para inferir que Marx pensaba que el pasaje de la lucha económica (corporativa) a la lucha política (autónoma respecto a la burguesía) no podía ser llevado a cabo por un movimiento obrero librado a sus propias fuerzas. En las condiciones del capitalismo, bajo el pleno imperio de la coerción económica y de la naturalización de las relaciones sociales capitalistas, los trabajadores engendraban la “lucha de guerrillas” sindical, pero veían obturado el pasaje a la lucha política contra el capital. El riesgo para las perspectivas históricas del movimiento obrero era mucho mayor de lo que imaginaba Marx. Bajo un capitalismo que aparecía como el horizonte de toda lucha política, la lucha económica, lejos de contrarrestar la desmoralización de los trabajadores, los encuadraba dentro de las reglas de juego imperantes. Los sindicatos dejaban de ser escuelas de lucha y se convertían en instituciones de la sociedad burguesa. Es por esto que las críticas al tradeunionismo en 1865, y la lucha contra el anarquismo en 1871-1872, deben ser consideradas en un contexto más amplio.

Las consideraciones anteriores nos permiten situar tanto la redacción definitiva del Libro Primero de El Capital como la acción de Marx en la AIT. La estrategia marxista para el movimiento obrero consistía en mencionado pasaje de lo corporativo a lo político, entendido como la transición desde la aceptación de las reglas de juego del capitalismo a la autonomía política de la clase obrera. Para ello era preciso la clarificación teórica (de ahí la centralidad del estudio del capitalismo, que permitía comprender el carácter limitado de la lucha económica) y la construcción de un partido socialista independiente de los distintos partidos burgueses. De modo que aquello que aparece como una lucha interna por ocupar posiciones de poder en el seno de la AIT es, para Marx, parte de la estrategia tendiente a orientar al movimiento obrero hacia la conquista del poder político.


En 1866 se realizó el Congreso de la AIT en Ginebra. Marx no participó de la reunión, pero escribió un documento para la misma, titulado Rapport du Conseil Central sur les différentes questions mises à l’etude par la Conference de septiembre 1864. Marx resume en este texto sus concepciones políticas sobre el papel de la AIT. Por un lado, realiza una crítica de los presupuestos de los proudhonistas, quienes afirmaban que la “cooperación” era el instrumento para abolir las “injusticias” del capitalismo. Frente a esta tesis, Marx sostiene que las cooperativas son una de las formas de lucha del trabajo contra el capital, pero no pueden transformar la sociedad capitalista. Para lograr esto último hay que partir del reconocimiento de “que el actual sistema pauperizador y despótico de la subordinación del trabajo al capital puede ser suplantado por el sistema ventajoso de tipo público de la asociación de los productores libres e iguales.” (Marx, citado por Arru, 1974: 34).

Marx explicita una vez más su opinión sobre la función de los sindicatos:

“Originariamente los sindicatos (…) surgieron de las tentativas espontáneas de los trabajadores de eliminar o al menos frenar tal competencia [entre trabajadores] (…) El objetivo inmediato de los sindicatos fue por ello limitado a las necesidades cotidianas (…) Pero si ellos son necesarios para las batallas de guerrillas  entre capital y trabajo, son todavía más importantes en cuanto organizaciones para la superación del sistema mismo de trabajo asalariado y capital (…) No han comprendido todavía su poder de acción contra el sistema de esclavitud de los salarios. Por ende se han mantenido demasiado aparte de los movimientos sociales y políticos generales. Con todo, parece que en los últimos tiempos se han despertado (al menos en Inglaterra) en el sentido de su participación en el reciente movimiento político. En el fututo deben aprender a actuar deliberadamente para organizar centros de la clase trabajadora en el general interés de su emancipación completa. Deben ayudar a todo movimiento político y social tendente hacia esta dirección.” (Marx, citado por Arru, 1974: 35).

Por enésima vez, Marx enuncia la necesidad del pasaje de lo corporativo a lo político. Pero este documento vuelve a dejar en la ambigüedad la cuestión de qué forma organizativa era la más conveniente para la tarea revolucionaria de la conquista del Estado.


El examen de varios de los escritos de Marx sobre la AIT en el período 1864-1866 muestra que teoría y práctica iban unidas de manera indisoluble en su militancia política. La decisión de publicar el Libro Primero de El Capital (1867) se comprende así como un hito necesario en la construcción de la independencia política de la clase obrera, y no meramente como un acontecimiento de carácter académico.

Pero hay otra cuestión a destacar, mucho más concreto que la mencionada en el párrafo precedente. La unidad de teoría y práctica no era un mero enunciado, sino que implicaba la adopción de una estrategia y la adopción de los pasos tácticos requeridos para concreción de dicha estrategia. En este sentido, Marx demostró una gran dosis de habilidad política, tanto para conseguir ser incluido en el CG de la AIT como para lograr conjugar el mantenimiento de la unión entre sectores ideológicamente opuestos con el avance simultáneo en la fijación de un programa que incluía la acción política autónoma de los trabajadores. De modo que la leyenda de un Marx enfrascado en sus investigaciones teóricas se diluye apenas se estudia con atención la militancia política de Marx.

Por último, hay que decir que el eje de la política marxista para la AIT radica en el pasaje de la lucha económica (corporativa) a la lucha política. La concepción marxista de los sindicatos forma parte de dicha política; si no se logra el mentado pasaje, es imposible la existencia de un movimiento obrero independiente de la burguesía y, por ende, de la revolución socialista misma.


Villa del Parque, viernes 26 de junio de 2015


BIBLIOGRAFÍA:

Arru, Angiolina. (1974). Clase y partido en la Primera Internacional: El debate sobre la organización entre Marx, Bakunin y Blanqui (1871-1872). Madrid: Alberto Corazón.

Cole, G. D. H. (1980). Historia del pensamiento socialista: II. Marxismo y Anarquismo, 1850-1890. México D. F.: Fondo de Cultura Económica.

Marx, Karl. (2000). [1° edición: 1864]. Estatutos Generales de la Asociación Internacional de Trabajadores. EN: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1860s/1864-est.htm Consultada: 25/06/2015.

Marx, Karl. (2001). [1° edición: 1864]. Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de Trabajadores. EN: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1860s/1864fait.htm  Consultada: 19/05/2015.

Marx, Karl. (1975). Salario, precio y ganancia. EN: Marx, Karl. (1975). Trabajo asalariado y capital. Salario, precio y ganancia. Buenos Aires: Anteo. (pp. 61-141).

Riazanov, David. (2003). La vida y el pensamiento revolucionario de Marx y Engels. Buenos Aires: Instituto de Formación Marxista.

Rosdolsky, Roman. (1989). Génesis y estructura de «El Capital» de Marx. México D. F.: Siglo XXI.

lunes, 23 de noviembre de 2015

MACRI PRESIDENTE

Este artículo representa un primer intento de analizar los resultados del balotaje del 22 de noviembre. Por tanto, es sumamente esquemático y como todo esquema será destruido prolijamente a partir de estudios más profundos.

La victoria de Mauricio Macri en el balotaje marca el fin de la etapa histórica iniciada en diciembre de 2001 con las movilizaciones populares que dieron el golpe de gracia al gobierno de Fernando de la Rúa. Esas movilizaciones no pusieron en cuestión la dominación capitalista, pero fueron causa y efecto de la crisis del sistema político, cuya expresión más cruda fue el derrumbe de la UCR. Movilizaciones de piqueteros, sectores medios y estudiantes; asambleas; repudio generalizado hacia el neoliberalismo. El clima de comienzo de 2002 conspiraba contra la tarea primordial que debía encarar la burguesía argentina: la recomposición de la tasa de ganancia luego de la prolongada recesión iniciada en 1998. El peronismo tuvo a su cargo las dos tareas de la hora: a) construir un modelo de acumulación que permitiera salir de la recesión; b) reconstituir la dominación política de la burguesía. Duhalde dio el puntapié inicial para la resolución de ambas cuestiones, pero la enorme movilización luego del asesinato a manos de la policía de Kostecki y Santillán demostró su fracaso en la tarea de contener a los sectores populares. El kirchnerismo, entonces, fue el encargado de reconstituir el sistema político. Un dólar alto, bajos salarios, elevados precios de las commodities (la soja fue emblemática en todo el período), permitieron la profundización de un modelo económico puesto en marcha por el tándem Duhalde – Lavagna. El crecimiento de la economía a “tasas chinas” generó los recursos para que el Estado pudiera realizar concesiones a los trabajadores y demás sectores populares. El populismo de los Kirchner, tantas veces denostado por intelectuales de la derecha tradicional, no fue otra cosa que una herramienta en la tarea de la reconstruir el sistema político.

Es claro que ni Néstor Kirchner ni Cristina Fernández (ni, por supuesto, ninguna de las variantes del peronismo actual) se propusieron transformar la sociedad capitalista en otra cosa. El kirchernismo debe ser evaluado en función de los objetivos que se propuso realmente y no en base a las fantasías promovidas por numerosos intelectuales que se unieron a sus filas por convicción, por interés o por alguna combinación de ambas. Desde el punto de vista del capital, el kirchnerismo fue tremendamente eficaz, a punto tal que Cristina Fernández admitió que “los empresarios la levantaron con pala”. No se trata sólo de ganancias. El kirchnerismo obturó el desarrollo de cualquier forma de organización autónoma de los sectores populares a través de la cooptación, facilitada por la abundancia de recursos materiales gracias al crecimiento económico. Además, a partir de 2008 y el conflicto con la burguesía agraria, el kirchnerismo recibió el aporte de muchos militantes provenientes del progresismo y del viejo PC argentino. En este marco, el liderazgo autocrático de Cristina Fernández cumplió la función de unificar a sectores heterogéneos, al precio de cortar cualquier atisbo de autocrítica o de pensamiento propio.

El kirchnerismo entró en declive con el estancamiento de la economía, iniciado a partir de 2011. La escasez de dólares y la implantación del cepo cambiario fueron la expresión y no la causa del estancamiento. La manifestación más aguda del mismo fue la caída de la tasa de inversión. Como es sabido, una economía capitalista no puede sostenerse en el largo plazo con bajos niveles de inversión. La derrota electoral en la provincia de Buenos Aires a manos de Sergio Massa (2013) y la imposibilidad de seguir adelante con el proyecto de re-reelección de Cristina marcaron los límites del proyecto político kirchnerista. En 2013 quedó claro que la burguesía buscaba una salida al problema del estancamiento de la economía. Como siempre, se trataba de recomponer la tasa de ganancia. Para ello era preciso elevar los niveles de inversión a través de una ofensiva sobre los trabajadores. El kirchnerismo dio pasos en esa dirección (devaluación, negociaciones con el Club de París, acuerdo con la petrolera Chevron, etc.), pero nunca pudo terminar de articular una política coherente, en parte por la dirección política de Cristina (orientado mucho más a la preservación de su propia influencia política que a la elaboración de un programa de salida del estancamiento económico), en parte porque el kirchnerismo aparecía ligado para la burguesía a las concesiones realizadas a los sectores populares.

Aquí corresponde hablar de Mauricio Macri y al PRO. Su personalidad no es brillante, todo lo contrario, pero ese rasgo jugó a su favor: en su ascenso político jugó un papel no menor la subestimación de sus cualidades por sus adversarios. El macrismo fue producto, en buena medida, del éxito del kirchnerismo en la consolidación de la burguesía. El crecimiento económico fortaleció a los sectores medios en lo material y en lo ideológico; a despecho del “relato”, el kirchnerismo promovió el individualismo (¿alguien recuerda el énfasis puesto en el “emprendedorismo”?). Macri se propuso construir un partido de derecha que tuviera un formato moderno y que fuera capaz de construir mayorías; en este sentido, su éxito fue indudable. Desde su constitución, el PRO no perdió ninguna elección en la ciudad de Buenos Aires y relativamente rápido pudo saltar los límites de la ciudad y expandirse en varias provincias. En lo ideológico, lo novedoso del PRO no es tanto su formato sino como el desparpajo con el que exhibe su credo liberal. En este sentido, el éxito electoral del PRO mostraba que el período iniciado en 2001 estaba en vías de agotarse.

El ascenso de Macri y del PRO estuvo signado de altibajos. Sin embargo, y aunque es fácil escribir con el diario del lunes a la vista, Macri fue quien jugó más fuerte durante 2014 y 2015, tomando varias decisiones arriesgadas para su espacio (por ejemplo, la decisión de que Rodríguez Larreta y Michetti compitieran en las PASO) y expresando del modo más duro y coherente el programa económico de la burguesía para salir del estancamiento. Si bien en su ascenso colaboró varias veces la “fortuna” (la contingencia), su triunfo en el balotaje no es fruto de la casualidad. A contramano de su personalidad, Macri encarna una burguesía segura de sí misma, que no esconde su programa económico (dejo de lado, por supuesto, los requerimientos tácticos de la campaña electoral) y que ha sido capaz, por primera vez en su historia, de constituir un partido político propio y exitoso.

Por primera vez en la historia argentina, la burguesía accedió a la presidencia por la vía electoral y sin contar con la mediación de peronistas o radicales. Esto es una novedad fundamental. Es cierto que la alianza Cambiemos es más que el PRO y que ella incluye a radicales y peronistas. Pero esto no debe hacernos perder de vista que la dirección de la alianza está claramente en manos de Macri y el PRO. Por supuesto, la construcción del partido político de la burguesía no está completa ni mucho menos. El período que se abre a partir del 10 de diciembre dará cuenta de la capacidad del PRO para consolidarse en ese rol. Pero nada de esto debe llevarnos a cometer el error de subestimar a Macri y al PRO como hizo el kirchnerismo. El marxismo está obligado a luchar sin ilusiones, y para ello es imprescindible conocer correctamente al enemigo.

El éxito de Macri expresa, además, la hegemonía ideológica de la burguesía. Que una propuesta política defensora del liberalismo económico haya podido imponerse en elecciones no es poca cosa. La izquierda revolucionaria está obligada a tomar nota del hecho y emprender la tarea de explicarlo. Recurrir a los clichés y a las frases hechas no sirve para nada. Nos guste o no, estamos frente a un nuevo panorama político y para luchar con eficacia es preciso comprender en qué consiste la novedad.



Villa del Parque, lunes 23 de noviembre de 2015

viernes, 20 de noviembre de 2015

VOTO EN BLANCO: UNA DEFENSA

El autor de estas líneas promueve, junto a un grupo de compañeros, el voto en blanco en el balotaje del próximo 22 de noviembre. Las razones para asumir esta posición ya han sido explicadas en otro lugar, así que resulta innecesario fatigar al lector con repeticiones. El voto en blanco es una herramienta política como cualquier otra; sin ir más lejos, el peronismo usó largamente de ella durante los años en que estuvo proscripto. Sin embargo, en la coyuntura actual, quienes defendemos dicha herramienta hemos sido blanco de múltiples acusaciones por parte de los partidarios del kirchnerismo (por lo visto, al macrismo le interesamos bien poco). A esta altura del partido (faltan dos días para la elección) es inútil pretender modificar la decisión del voto en el balotaje; quién más, quién menos, todos hemos tomado una resolución al respecto. No obstante, puede resultar provechoso emprender la tarea de poner en discusión algunos de los argumentos esgrimidos contra quienes proponemos el voto en blanco.

Argumento 1: El voto en blanco implica negarse a tomar partido; por tanto, es un acto de indiferencia o cobardía.

La refutación de este argumento es sencilla. Como indicamos arriba, el voto en blanco es una herramienta más en el arsenal de opciones de una fuerza política (ya hemos señalado el ejemplo del peronismo). Votar en blanco es visceralmente diferente a la indiferencia; por el contrario, se trata de un rechazo pleno a las opciones existentes. Pero el autor es marxista y está en obligación de decir algo que vaya más allá de las justificaciones morales (el marxismo no es una crítica moral de lo existente).

Nuestra sociedad es capitalista, es decir, una parte de la población es propietaria de los medios de producción y, por tanto, tiene poder sobre aquellos que carecen de dichos medios. Los no propietarios venden su fuerza de trabajo en el mercado y se convierten en asalariados. A diferencia de otras formas de organización social, los trabajadores asalariados son libres en términos jurídicos. En el plano político son ciudadanos, esto es, participan en la elección de los gobernantes (democracia burguesa). Pero los propietarios de los medios de producción no se suicidan: la democracia burguesa es posible porque cierra todos los caminos a la posibilidad de que los trabajadores puedan ejercer efectivamente el poder. La democracia burguesa tiene la función social de legitimar políticamente la desigualdad. Para ello, debe lograr que la masa de los trabajadores crea que existen ofertas diferentes en el mercado político. Dicho de otro modo, ningún partido puede poner en discusión la propiedad privada en la que se funda el poder de la clase capitalista; al interior de ese límite bien definido, los partidos confrontan entre sí y se presentan como antagonistas. En rigor, en la competencia electoral no existen verdaderas opciones, sino matices dentro de la aceptación de las reglas de juego que impone el capital. En la democracia burguesa, la autonomía de los trabajadores no puede ser opción en el menú electoral, pues significaría el cuestionamiento a la propiedad, base de todo el sistema político y social capitalista. Para un marxista, la participación en las elecciones tiene sentido en la medida en que sirva para la educación política de la clase trabajadora. Este es el criterio para examinar la oportunidad del voto en blanco en la presente coyuntura.

Para el marxismo, el argumento que equipara el voto en blanco con la indiferencia política es inválido, pues su aceptación supone postular que en la democracia burguesa existen realmente opciones diferentes. En las condiciones actuales la clase trabajadora padece las consecuencias de las derrotas sufridas en las décadas anteriores. Uno de los indicadores de la debilidad de la clase obrera es la ausencia de independencia política de la misma (salvo, por supuesto, contadas excepciones). Todo lo que se haga para promover esa independencia es poco, pues es la condición de posibilidad de cualquier desarrollo posterior. En este sentido, el voto a Scioli (o a Macri) no contribuiría a la educación de la clase; al contrario, reforzaría más su sometimiento político e ideológico a la burguesía.

En síntesis, proponer el voto en blanco es una apuesta por la independencia política de la clase obrera. No hay que decir que hacer esto implica una profunda toma de posición, a despecho del argumento que estamos discutiendo.

Argumento 2: El balotaje del 22 de noviembre es una confrontación entre dos modelos de país; el voto en blanco significa, por omisión, apoyar la posición de la derecha (Macri).

Ya hemos indicado que la democracia burguesa funciona obturando el desarrollo de cualquier cuestionamiento a la propiedad privada de los medios de producción; en esto reside precisamente su eficacia como instrumento de legitimación del capitalismo. Pero este punto de vista es sumamente abstracto y requiere ser complementado con un examen de la coyuntura política concreta.

La economía argentina se encuentra estancada desde hace cuatro años. El estancamiento significa que la economía no crece y esto perjudica las ganancias de los capitalistas. Esta situación es causa (y efecto) de la caída de la inversión. Como es sabido, en una economía capitalista la inversión es realizada por los empresarios (para no complicar las cosas, dejo de lado la inversión estatal. Basta decir que el Estado no gira en el vacío, sino que es una herramienta de los capitalistas). Los empresarios invierten en la medida en que tienen perspectivas de ganancia. La retracción de los empresarios afecta al Estado, quien dispone de menos recursos para sus gastos. Por ello, en la situación actual y siempre desde el punto de vista de los capitalistas, es fundamental implementar un programa político que cree las condiciones para la inversión. Hacer esto requiere avanzar sobre los ingresos y las condiciones laborales de los trabajadores. En el mundo real, incrementar la inversión es sinónimo de aumento de la explotación, ya sea a través de una devaluación, de la flexibilización, de la tercerización, del aumento de la productividad, etc., o de una combinación de todas ellas. Con la excepción del FIT, todas las fuerzas políticas que participaron en la elección presidencial del 25 de octubre pasado comparten este diagnóstico. Más claro, el 25 de octubre no había opciones diferentes, sino matices dentro de una misma opción. La situación no ha cambiado en el balotaje, sino que se agudizó el achicamiento de los matices dentro de la misma opción. Desde esta perspectiva, es imposible convertir las diferencias entre Macri y Scioli en una confrontación entre dos modelos de país.

El ganador del balotaje del 22 de noviembre es el programa de reactivación económica promovido por la burguesía. No es exagerado afirmar que la confrontación entre Macri y Scioli es anecdótica. Una economía capitalista no puede sostenerse largo tiempo en una situación de estancamiento; el motor del capitalismo es la ganancia de los empresarios y el Estado está obligado a generar las condiciones para que esta se recupere. No es aventurado afirmar que si Cristina Fernández continuara su mandato en 2016 llevaría adelante una política económica semejante a la de Macri o Scioli; en situaciones de estancamiento o crisis, el margen para los matices se achica.

El argumento que postula la existencia de dos modelos se apoya, además, en una determinada forma de pensar el Estado, la cual cobró desarrollo durante la década kirchnerista. Según la misma, el Estado representa el interés de los sectores populares y su intervención en la economía permite recortar el margen de acción del mercado. Scioli (con todos sus defectos) representa la continuidad de esta manera de concebir el Estado; en cambio, Macri (con todos sus defectos) significa el advenimiento de una concepción del Estado mínimo, emparentado con el neoliberalismo de la década del ’90. Pero el Estado no gira en el vacío; forma parte de inseparable de una determinada estructura de la sociedad. En una economía capitalista, el Estado tiene que facilitar la reproducción de las relaciones capitalistas. El kirchnerismo, que se jactó de haber instalado la primacía de la política sobre la economía, funcionó en la medida en que “los empresarios la levantaron con pala” (Cristina Fernández). Cuando la economía se estancó, comenzaron los problemas.

Plantear que existe una confrontación entre dos modelos de país sin tomar en cuenta la situación de estancamiento de la economía significa sostener la idea de que los políticos (Macri o Scioli) tienen un margen de acción amplio. Pero dicho en criollo, billetera mata galán. Les guste o no, el estancamiento determina las condiciones de la acción política.

Los marxistas planteamos la necesidad de construir una alternativa, consistente en la organización autónoma de la clase obrera. ¿Qué estamos a años luz de esto? Por supuesto, negar nuestra situación de derrota es suicida. El voto en blanco no es un triunfo; tampoco nos espera una cadena de victorias obreras cuando se implemente el ajuste. Pero del marasmo no se sale votando a Scioli. En política, como en la vida, las ilusiones son malas consejeras. Es preferible comenzar por asumir la realidad tal cual es. Sólo así es posible transformarla.



Villa del Parque, viernes 20 de noviembre de 2015

jueves, 19 de noviembre de 2015

BALOTAJE Y VOTO EN BLANCO: LAS ILUSIONES DE ATILIO BORÓN

Atilio Borón dedicó tres artículos en su blog a las elecciones presidenciales del pasado 25 de octubre (1).  Su preocupación principal no es tanto el análisis de los resultados como polemizar con la izquierda que llama a votar en blanco en el balotaje del 22 de noviembre. El núcleo de su argumento consiste en la afirmación de que el triunfo de Macri representaría una victoria decisiva del imperialismo, que pondría en jaque a los gobiernos “progresistas” y de “izquierda” de la región. Según Borón, Macri es un peón del imperialismo norteamericano. En cambio, Daniel Scioli, condicionado por su base electoral (remarca el apoyo a su candidatura de organizaciones sociales y movimientos populares), no podría llevar adelante la política exigida por el Imperio. Por esto, votar en blanco significa un acto de “irresponsabilidad política”  que favorece a la derecha.

La posición de Borón no es novedosa ni original. No obstante, sus artículos son una buena excusa para discutir algunas cuestiones fundamentales para la izquierda revolucionaria.

En primer lugar, Borón hace de la lucha contra el imperialismo la tarea principal de la izquierda en América Latina. Por ello, en los tres artículos no se encuentra una sola referencia a la lucha de clases entre capital y trabajo. La explotación de los trabajadores, cuya expresión concreta es la apropiación por el capitalista del trabajo no pagado (plusvalor), no merece la atención de nuestro “marxista latinoamericano”, quien prefiere orientar su mirada a la “alta política”, plasmada en la confrontación con el “imperio” norteamericano. El efecto principal de la concepción de Borón sobre el imperialismo es paradójico. Puesto que el enemigo primordial es el Imperio (hay que decir que reduce la cuestión del imperialismo a la influencia de los EE.UU. sobre la región), es preciso apoyar a los gobiernos latinoamericanos que “enfrentan” los intentos hegemónicos del gobierno norteamericano. O sea, hay que aliarse con las burguesías que manifiestan alguna voluntad de enfrentar al imperialismo. Como estas burguesías viven de la explotación de los trabajadores, es preciso silenciar toda referencia al conflicto entre empresarios y trabajadores para mantener la alianza contra el Imperio. Por eso carece de importancia que muchas de estas burguesías hayan mantenido la legislación laboral heredada del neoliberalismo que promueve la flexibilización, la tercerización y la precarización de los trabajadores, permitiendo así que las empresas del Imperio puedan radicarse en la región para aprovechar la perspectiva de grandes ganancias.

Ahora bien, la conformación de una alianza estratégica con la burguesía en pos de enfrentar al Imperio tiene un precio elevado para la izquierda. En términos generales, es contraproducente apoyar tal o cual huelga porque podría erosionar las bases de dicha alianza. Es cierto que de seguir a rajatabla esta política propuesta por Borón, la izquierda perdería toda base de sustentación (allí donde la tuviera) en el movimiento obrero. Pero esto es un problema menor para nuestro marxista, quien considera irrelevante en la práctica al conflicto de los trabajadores con la burguesía (así sea este de carácter meramente económico).  En términos de coyuntura política, el planteo de Borón va dirigido a proponer el voto a Daniel Scioli en el balotaje del 22 de noviembre. Al hacer esto, invita a la izquierda al suicidio político.

Para justificar esta última apreciación es conveniente traer a colación las palabras del mismo Borón. Así, en el artículo “El imperio necesita que gane Macri”, puede leerse el siguiente pasaje: “Los sectores más concentrados del capital extranjero también lo apoyan [se refiere a Macri], si bien estos, al igual que los anteriores, hicieron muy buenos negocios durante los años del kirchnerismo.” (El resaltado es mío – AM-). No hacen falta muchas palabras para marcar lo disparatado de la posición de Borón. Los “sectores más concentrados del capital extranjero” (pertenecientes al Imperio) obtuvieron enormes ganancias durante el kirchnerismo (la fuerza política a la que responde Scioli). Perón dijo alguna vez que “el bolsillo era la víscera más sensible”; de ser así, los capitalistas extranjeros no sintieron ningún dolor particular durante el kirchnerismo. Es verdad que el gobierno argentino se opuso al ALCA, pero esto no tuvo en la contabilidad de las empresas del Imperio. De manera que Borón nos convoca a apoyar al candidato de un gobierno que ha promovido que el capital extranjero obtenga grandes beneficios para evitar que triunfe Macri, el candidato que promete que el capital extranjero obtendrá grandes beneficios. Parafraseando a Goya, el abandono de la lucha de clases engendra monstruos.
En segundo lugar, al dejar de lado la lucha entre capital y trabajo, Borón sostiene implícitamente que el horizonte político e ideológico de la izquierda es el capitalismo. El reconocimiento de que la clase obrera tiene intereses diferentes a los de la burguesía, que el poder de esta última se basa en la explotación de la primera,  y que el antagonismo entre ambas clases es irreconciliable, constituye el ABC de la izquierda revolucionaria. Si se dejan de lado estas cuestiones (y Borón hace esto al postular que el antagonismo principal es la lucha contra el Imperio), ¿qué significado político tiene la izquierda? Ante todo, ser la pata reformista (o “progresista”) de la burguesía en alguno de los armados políticos de ésta. La izquierda no debe proponerse confrontar con el capital, sino que tiene que apoyar a la burguesía en su lucha contra el Imperio. Este es el núcleo de la sabiduría de Borón. Y lo expresa claramente en el artículo mencionado: “Scioli, con las contradicciones que representa su heterogénea fuerza social, abre una pequeña ventana de oportunidades para el accionar de la izquierda. Con Macri esa ventana estará herméticamente sellada.” No podemos ni siquiera pensar en combatir al capitalismo, pero si estamos en condiciones de luchar por alguna reforma (siempre y cuando no toque la relación capital – trabajo) dentro de los límites del capitalismo. A esto se reduce todo.

Como consecuencia de lo anterior, la izquierda queda condenada a ser eternamente el furgón de cola de la burguesía. En sus artículos, Borón plantea la necesidad de construir una izquierda diferente. Pero no dice una palabra acerca de cuál es el camino para emprender esta construcción; por el contrario, dedica largos párrafos a criticar al trotskismo por no entender que votar en blanco es estar a favor del imperialismo. ¿Es posible construir una izquierda revolucionaria apoyando a un candidato de la burguesía contra otro candidato de la burguesía? Borón argumenta que es preciso tener en cuenta las diferencias entre Macri y Scioli, sobre todo en lo que hace a la base social de uno y otro. Borón escribe lo siguiente: “Su candidatura [la de Scioli] ha sido respaldada por los sectores empresariales menos concentrados, las pymes, sectores medios vagamente identificados con el “progresismo”, una multiplicidad de organizaciones y movimientos sociales –inconexos y heterogéneos pero aún así arraigadas en el suelo popular- y estos apoyos hacen que suscite una cierta desconfianza de los poderes mediáticos y el bloque capitalista dominante porque es obvio que no podrá gobernar sin atender a los reclamos de su base social.”

Ahora bien, si algo precisa la clase obrera en esta coyuntura es abandonar las ilusiones en la existencia de soluciones mágicas para los problemas cotidianos.  Borón nos propone confiar en que la base social de Scioli evitará que lleve adelante el ajuste o reprima al movimiento obrero; con esto, vuelve a darse de lleno contra el principio de realidad. Néstor Kirchner y Cristina Fernández tuvieron una base social semejante a la de Scioli, y durante ambos gobiernos los empresarios la “levantaron con pala”, el capital extranjero obtuvo enormes ganancias, las protestas sociales fueron reprimidas (en muchos casos apelando a la tercerización, a través de “barras bravas” de clubes de fútbol) y se mantuvo la legislación laboral heredada del neoliberalismo. Además, ¿acaso la base social de Macri es tan diferente? Más claro, si Macri pudo crecer tanto en términos electorales es porque una parte importante de los trabajadores y demás sectores populares lo votaron en las elecciones del 25 de octubre pasado. En vez de analizar la realidad, Borón se deja llevar por sus ilusiones. Al hacer esto muestra que ha abandonado completamente el método de análisis marxista (no entro a discutir aquí si alguna vez lo aplicó). En vez de machacar con el Imperio, Borón debería haber comenzado por explicar cuál es la situación actual de la acumulación capitalista en Argentina, partiendo del hecho de que la economía se halla estancada desde hace cuatro años. Sólo a partir de esta constatación es posible examinar de manera concreta la cuestión del balotaje. Al adoptar el enfoque marxista, pierden importancia cuestiones tales como “el mal menor” o la “diferente base social” y cobra significación primordial el problema de cuáles son las tareas que debe encarar la burguesía para relanzar la acumulación capitalista. Curiosamente, el “marxista” Borón ignora olímpicamente la cuestión.

Por último, la propuesta de votar por el “mal menor” (la candidatura de Scioli) va en contra de la construcción de la autonomía política de la clase obrera. Para decirlo con todas las letras, la izquierda revolucionaria en Argentina se encuentra en una situación muy difícil. A modo de ejemplo, los resultados electorales del FIT dan la pauta de lo escaso de su influencia política. Frente a esto, Borón nos propone seguir a un candidato como Scioli argumentando que tal vez su base social le impida seguir una política de ajuste. Si esto es lo máximo a lo que podemos aspirar, lo mejor es bajar la persiana y dedicarnos a otra cosa. Este no puede ser el camino. Construir una izquierda revolucionaria exige, cuanto menos, responsabilidad política. Y el primer paso es retomar el principio de realidad en el análisis de la coyuntura política, remarcando en todo momento la necesidad de la autonomía de la clase obrera frente a la burguesía.


Villa del Parque, jueves 19 de noviembre de 2015


NOTAS:

Los artículos en cuestión son: “Un balotaje crucial para América Latina” (viernes 29 de octubre); “Argentina: El voto en blanco es un voto por el imperialismo” (lunes 9 de noviembre); “El Imperio necesita que gane Macri” (jueves 12 de noviembre).