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domingo, 19 de junio de 2016

MARX, ENEMIGO DE LA EDUCACIÓN ESTATAL

“El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que
administra los negocios comunes de toda la clase burguesa.”
Karl Marx y Friedrich Engels, Manifiesto Comunista (1848)

“El instrumento político de su sumisión  no puede servir de
Instrumento político de su emancipación [de la clase obrera].
Karl Marx, Borrador II de La guerra civil en Francia (1871)


¿Marx enemigo de la educación estatal?

Es casi un lugar común identificar al pensamiento de Karl Marx con el estatismo. Así, se afirma una y otra vez que Marx consideraba al Estado como el remedio para los males sociales. Por lo general, los defensores de la tesis del supuesto estatismo de Marx se basan en las experiencias del denominado “socialismo real”, desde la difunta Unión Soviética en adelante. Al hacerlo, pasan por alto un detalle: la Revolución Rusa se produjo en 1917, mientras que Marx falleció en 1883. Independientemente de la valoración que se haga de los “socialismos reales”, resulta poco serio achacarle a Marx la responsabilidad por el devenir de la Revolución Rusa. Este tipo de argumento recuerda al idealismo de los Jóvenes Hegelianos, contra quienes polemizaron Marx y Engels en su juventud. Para aquéllos eran las ideas las que determinaban el curso de la historia; de este modo, el desarrollo de un proceso histórico no era más que el desenvolvimiento de las ideas expresadas por un pensador o un grupo de intelectuales. Desde esta perspectiva, es razonable plantear que el curso de la Revolución Rusa ya estaba implícito en el pensamiento de Marx. Lo curioso del caso es que se olvida que Marx fue un crítico feroz de este modo de concebir la historia. En otras palabras, se pretende vapulear a Marx utilizando una forma de pensar los procesos históricos que fue expresamente rechazada por el autor de El Capital. Si fuera una discusión exclusivamente científica, cabría decir que los críticos que recurren a estos procedimientos son deshonestos en el pleno sentido del término; sin embargo, el debate trasciende lo científico y forma parte de la lucha de clases, en la que, guste o no, todos los recursos son válidos.

En este ensayo (1) discutiré un caso particular de la posición de Marx frente al estatismo, pues es preferible exponer las concepciones de éste que perder el poco tiempo discutiendo las tesis de quienes tergiversan adrede al marxismo. Hacer lo primero conlleva lo segundo, y ahorra el tedio y el fastidio.

El conjunto de escritos de Marx y Engels conocido genéricamente como Crítica del Programa de Gotha (2) es una buena puerta de entrada a su concepción sobre el Estado y la política. Aquí tomaré la cuestión de la educación pública, como muestra de la concepción de Marx sobre el Estado.

Ante todo, es preciso tomar como punto de partida la caracterización del Estado como instrumento de dominación, como aparato destinado al sojuzgamiento de las clases explotadas (3). Lejos de ser un apologista del Estado, Marx remarcó en todo momento la necesidad de la organización autónoma de los trabajadores, partiendo de la certeza de que “la “emancipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos” (4). Además, la experiencia de la Comuna de París (1871) lo convenció de que la clase obrera no podía servirse del Estado burgués para lograr su liberación. (5) En 1871, cuando redactó el manifiesto de la 1º Internacional sobre la Comuna, (conocido como La guerra civil en Francia), Marx había llegado a la conclusión de que el Estado moderno no sólo era un órgano de opresión de clase, sino que también oprimía al conjunto de la sociedad. La centralización del capital en manos de un número cada vez más reducido de capitalistas iba de la mano con la centralización política a cargo de un Estado capaz de ejercer un control cada vez más profundo sobre el conjunto de la sociedad.

Llegados a este punto, corresponde introducir el problema de la educación estatal. El sentido común, tanto el académico como el político, considera que Marx era un partidario acérrimo de la educación a cargo del Estado. Sin embargo, en la Crítica del Programa de Gotha sostiene una opinión diferente de lo esperado.

El proyecto de los socialistas alemanes decía lo siguiente respecto a la educación:

“1. Educación popular general e igual a cargo del Estado. Asistencia obligatoria para todos. Instrucción gratuita.” (p. 343).

Las medidas exigidas parecen irreprochables desde el punto de vista adoptado por el progresismo y/o el reformismo. Pero Marx no era progresista en este sentido. Su punto de vista era del de la lucha de clases, no el de la evolución gradual. Por eso interpretó las consignas de los socialistas alemanes a partir de la lente del reconocimiento del doble papel del Estado como órgano de dominación de clase y como parásito del conjunto de la sociedad. Veamos cuál es su respuesta.

En el principio, la lucha de clases:

“¿Educación popular igual? ¿Qué se entiende por esto? ¿Se cree que en la sociedad actual (que es la de que se trata), la educación puede ser igual para todas las clases? ¿O lo que se exige es que también las clases altas sean obligadas por la fuerza a conformarse con la modesta educación que da la escuela pública, la única incompatible con la situación económica, no sólo del obrero asalariado, sino también del campesino?”

Con su realismo implacable Marx fustiga la idea de que la educación puede aportar igualdad a una sociedad basada en la desigualdad. Y no se trata por cierto de una desigualdad abstracta. El niño que nace en alguna de las innumerables barriadas populares de la Argentina es completamente desigual al niño que ve la luz en alguno de los numerosos barrios cerrados que florecieron en las últimas décadas, tanto con el neoliberalismo como con el modelo “nacional y popular”. Sus oportunidades son radicalmente distintas porque pertenecen a clases sociales distintas. Decir que la educación puede zanjar este abismo de desigualdad equivale a hacer lo que Thomas More (1478-1535) criticaba a la clase dominante de su época:

“Permiten que estas gentes crezcan de la peor manera posible y sistemáticamente corrompidos desde su más tempranos años. Al final, cuando crecen  y cometen los delitos que estaban obviamente destinados a cometer desde que eran niños, los castigan. En otras palabras, ¡crean ladrones y después les imponen una pena por robar! (p. 73; el resaltado es mío – AM -) (6).

Por el contrario, la educación en una sociedad capitalista es desigual. El empresario recibe una educación diferente a la del obrero. ¿Puede ser de otro modo? Es claro que no, pues la distribución desigual de los medios de producción exige una distribución desigual de los saberes. En estas condiciones, abogar por la igualdad en la educación sin cuestionar las bases del orden capitalista es, en el mejor de los casos, una ingenuidad casi pueril. Guste o no, la realidad de las clases sociales se impone tanto a los educadores como a los políticos progresistas.

En las condiciones del capitalismo, la defensa de la igualdad por el Estado da origen a hechos curiosos. Marx indica uno de ellos:

“El que en algunos Estados de este último país [Estados Unidos] sean «gratuitos» también los centros de instrucción media, sólo significa, en realidad, que allí a las clases altas se les pagan sus gastos de educación a costa del fondo de los impuestos generales.” (p. 344).

De modo que la educación gratuita, esa panacea del progresismo de todos los tiempos y lugares, se convierte en las condiciones del capitalismo en algo bien diferente a las intenciones de sus defensores. Marx apunta aquí a la educación secundaria, reservada en su época a las capas medias y a la clase dominante. Lo mismo podría decirse, en las condiciones de la Argentina actual, respecto de la educación universitaria. Mientras que sólo algunos individuos de la clase trabajadora pueden acceder a ese nivel educativo, las clases medias y los sectores dominantes se ven favorecidos por la gratuidad de la educación.

Pero Marx va más allá de señalar el carácter de clase de la educación bajo el capitalismo.

“Eso de «educación popular a cargo del Estado» es absolutamente inadmisible. ¡Una cosa es determinar, por medio de una ley general, los recursos de las escuelas públicas, las condiciones de capacidad del personal docente, las materias de enseñanza, etc., y velar por el cumplimiento de estas prescripciones legales mediante inspectores del Estado, como se hace en los Estados Unidos, y otra cosa completamente distinta, es nombrar al Estado educador del pueblo! Lejos de esto, lo que hay que hacer es sustraer la escuela a toda influencia por parte del Gobierno y de la Iglesia.” (p. 344; el resaltado es mío).

Marx dice todo lo contrario de lo políticamente correcto. Para él, poner la educación en manos del Estado implica, en las condiciones del capitalismo, fortalecer la dominación de la burguesía y el control del Estado sobre el conjunto de la sociedad. Apostar por el Estado como herramienta de liberación significa, en los hechos, reforzar la dominación del capital, con el plus de que a esa dominación se le agrega la dominación de los burócratas. Muchas veces se pierde de vista que el proyecto político de Marx, anudado en torno a la organización política autónoma de la clase obrera, va dirigido a la emancipación del conjunto de la sociedad y no sólo de los trabajadores. En ese proyecto, la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y la transformación radical del Estado son los pilares fundamentales. Esta última transformación es concebida como el empoderamiento de la sociedad, como la asunción por parte de la misma de las funciones administrativas que en la actualidad se encuentran a cargo del Estado. A diferencia de los liberales, Marx sostiene que esto solamente es posible eliminando la propiedad privada en beneficio de un régimen de propiedad comunitaria (¡no estatal!). A diferencia de los progresistas, Marx afirma que esto solamente es posible transformando radicalmente al Estado burgués (eliminando en una primera etapa el aparato represivo), hasta lograr su extinción.

Lejos de ser un defensor del fortalecimiento del Estado, Marx comprendió, como ningún otro pensador del siglo XIX, la naturaleza de clase del Estado y su creciente poder sobre la sociedad.


Villa del Parque, domingo 19 de junio de 2016

NOTAS: 
                                              
(1) La versión original de este ensayo, titulada “”, se publicó en el blog Miseria de la Sociología, el 1 de enero de 2014. Se encuentra disponible en:

(2) Para las citas de la Crítica del Programa de Gotha utilicé la siguiente traducción española: Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1981). Obras escogidas. Moscú: Progreso. (pp. 325-353). No indica el nombre del traductor. La obra está constituida por una serie de manuscritos y cartas en los que Marx y Engels discuten con la dirección del Partido Socialdemócrata Alemán. Los socialistas alemanes estaban divididos en dos corrientes principales: una de ellas, liderada por August Bebel (1840-1913) y Wilhelm Liebknecht (1826-1900), se encontraba cercana a los planteos de Marx; la otra reunía a los seguidores de Ferdinand Lassalle (1825-1864). Lassalle abogaba por la colaboración entre el movimiento obrero y el Estado prusiano para obtener mejoras en la condición de los trabajadores. Lassalle y sus seguidores (Lassalle murió muy joven en un duelo) preferían negociar con el Estado y conseguir concesiones antes que desarrollar un movimiento obrero políticamente autónomo. Hay que decir, para complicar un poco las cosas,  que Lassalle cumplió un papel significativo en el desarrollo del movimiento obrero alemán luego de la derrota de  las Revoluciones 1848-1849. En 1875 ambos grupos del socialismo alemán, marxistas y lassalleanos, emprendieron negociaciones tendientes a la unificación. En este marco, los marxistas elaboraron un proyecto de programa para el partido unificado; en el documento estaban contempladas muchas de las posiciones de los lassalleanos. Marx, quien no participó de las negociaciones ni de la redacción del proyecto, se indignó ante lo que consideró una claudicación inconcebible e inútil frente a los lassalleanos. Para la vida y obra de Lassalle, puede consultarse a modo de introducción: Cole, G. D. H. (1980). Historia del pensamiento socialista: II. Marxismo y anarquismo, 1850-1890. México D. F.: Fondo de Cultura Económica. (pp. 75-89). Recomiendo la misma obra para una presentación de las negociaciones entre ambas corrientes del socialismo alemán. (Cole, 1980: 230-239).

(3) Esta concepción no es novedosa. Adam Smith sostuvo la misma opinión desde el liberalismo: “El gobierno civil, en cuanto instituido para asegurar la propiedad, se estableció realmente para defender al rico del pobre, o a quienes tienen alguna propiedad contra los que no tienen ninguna.” (Smith, Adam, Investigación sobre el origen y causas de la riqueza de las naciones, México D. F., Fondo de Cultura Económica, 1958, p. 633).

(4) Marx, Karl, Estatutos generales de la Asociación Internacional de los Trabajadores [1º Internacional], redactados en 1864. El texto se encuentra disponible en: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1860s/1864-est.htm

(5) El texto del segundo borrador de La guerra civil en Francia no deja espacio para las dudas: “Pero el proletariado no puede, como lo hicieron las clases dominantes y sus diversas fracciones rivales inmediatamente después de su triunfo, tomar simplemente posesión del cuerpo del Estado existente y hacer funcionar ese aparato para sus propios fines. La primera condición para conservar el poder político es transformar el mecanismo actuante y destruirlo en tanto que instrumento de dominación de clase.” (Citado en Rubel, Maximilien y Janover, Louis, Marx anarquista, Buenos Aires, Madreselva, 2010, p. 61).


(6) More, Thomas. (2007). Utopía. Buenos Aires: Losada. (Traducción española de María Guillermina Nicolini).

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