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lunes, 25 de julio de 2016

APUNTES SOBRE LOS ORÍGENES DE LA SOCIOLOGÍA: LA INFLUENCIA DE LAS DOS REVOLUCIONES

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“Por primera vez en la historia del pensamiento europeo,
la clase trabajadora (...) fue tema de preocupación moral y analítica.”
Robert Nisbet

La obra del sociólogo estadounidense Robert Nisbet (1913-1996), La formación del pensamiento sociológico (1966) constituye un texto clásico en el campo de la historia de la sociología. También ha sido uno de los libros de texto de quienes estudiamos sociología en los años ‘90 del siglo pasado

En esta ficha me ocuparé del capítulo 2 de la obra (Las dos revoluciones). (1)

El tema del capítulo: “nos ocuparemos, no tanto de los acontecimientos y de los cambios producidos por las dos revoluciones, como de las imágenes y reflejos que puedan hallarse de ellos en el pensamiento del siglo pasado. (...) Nuestro interés se centrará sobre las ideas, y los vínculos entre acontecimientos e ideas nunca es directo; siempre están de por medio las concepciones existentes sobre aquéllos. Por eso es crucial el papel que desempeña la valoración moral, la ideología política.” (p. 38).(2)


El resquebrajamiento del viejo orden (pp. 37-40)

[El capítulo está atravesado por la idea de que la sociología europea es consecuencia de los efectos de las dos Revoluciones (Industrial y Francesa). Nisbet mete en la misma bolsa a Marx y a los sociólogos, cosa errónea, pues mientras que el primero expresa el punto de vista de la nueva clase trabajadora, los segundos pretenden estabilizar la sociedad capitalista.](3)

“Las ideas fundamentales de la sociología europea ⦗el estudio de la sociología norteamericana merece un tratamiento aparte⦘ se comprenden mejor si se las encara como respuesta al derrumbe del viejo régimen, bajo los golpes del industrialismo y la democracia revolucionaria, a comienzos del siglo XIX, y los problemas de orden que éste creara. (...) Los elementos intelectuales de la sociología son producto de la refracción de las mismas fuerzas y tensiones que delinearon el liberalismo, el conservadurismo y el radicalismo modernos.” (p. 37).

[Nisbet mete bajo la misma bolsa (radicalismo), expresiones políticas e ideológicas muy disímiles. No es lo mismo el socialismo de Marx que el radicalismo de William Cobbett, por ejemplo. Al efectuar esta operación, Nisbet pierde de vista lo específico de cada uno. En el caso del marxismo esto es particularmente problemático, pues una de sus características definitorias es la confianza en la capacidad de la clase obrera para llevar adelante un proceso de transformación revolucionaria de la sociedad capitalista. Nada de esto aparece en los otros “radicales”.]

“El colapso del viejo orden en Europa (...) liberó los diversos elementos de poder, riqueza y status consolidados, aunque en forma precaria, desde la Edad Media. (...) Del mismo modo que la historia política del siglo XIX registra los esfuerzos prácticos de los hombres por volver a consolidarlos, la historia del pensamiento social registra los esfuerzos teóricos realizados en tal sentido; es decir, las tentativas de ubicarlos en perspectivas de importancia filosófica y científica para la nueva era.” (p. 37).

Los temas de la ciencia del hombre en el siglo XIX: la índole de la comunidad; la localización del poder; la estratificación de la riqueza y los privilegios; la dirección de la sociedad occidental. (p. 37).

La primacía de los temas enumerados en el párrafo anterior fue producto de la conjunción de dos fuerzas: la Revolución Industrial y la Revolución Francesa. (p. 38).


Los temas del industrialismo (pp. 40-49)

Los aspectos de la Revolución Industrial que más influyeron sobre los sociólogos: 1) la situación de la clase trabajadora; 2) la transformación de la propiedad; 3) la ciudad industrial; 4) la tecnología; 5) el sistema fabril. (p. 40). Nisbet va más allá y afirma que gran parte de la sociología es una respuesta a estas nuevas situaciones. (p. 40).

Por primera vez en la historia del pensamiento europeo, la clase trabajadora (...) fue tema de preocupación moral y analítica. (...) Tanto para los radicales como para los conservadores, la indudable degradación de los trabajadores al privarlos de las estructuras protectoras del gremio, la aldea y la familia, fue la característica fundamental y más espantosa del nuevo orden. La declinación del status del trabajador común, para no mencionar al artesano especializado, es objeto de la acusación de unos y otros.” (p. 41; el resaltado es mío - AM - ).

El radical inglés William Cobbett (1763-1835) “veía destruida a su alrededor toda relación tradicional que diera seguridad.” (p. 42). Conservadores (Robert Southey, 1774-1843) y radicales (el mencionado Cobbett) coincidieron en la crítica del industrialismo, no así en sus respuestas políticas al problema. (p. 42).

“...los cargos formulados contra el capitalismo por los conservadores del siglo XIX ⦗fueron⦘ a menudo más severos que los socialistas. Mientras estos últimos aceptaron al capitalismo, al menos al punto de considerarlo un paso necesario del pasado al futuro, los tradicionalistas tendieron a rechazarlo de plano, juzgando que toda evolución de su naturaleza industrial de masas - ya fuera dentro del capitalismo o de un socialismo futuro - constituía un apartamiento continuo de las virtudes superiores de la sociedad feudal cristiana. Lo que más despreciaban los conservadores era que los socialistas aceptaban en el capitalismo - su tecnología, sus modos de organización y el urbanismo -.” (p. 43).

El segundo gran tema del industrialismo, la propiedad y su función social, fue el principal punto de divergencia entre conservadores y radicales. Para los conservadores era el pilar de la sociedad; para los radicales, había que abolirla. (p. 44). Sin embargo, existían afinidades entre ellos: 1) ambos adjudicaban un papel central a la propiedad en la constitución de la sociedad; 2) ambos odiaban el mismo tipo de propiedad: la industrial en gran escala. En especial, detestaban “la propiedad de tipo abstracto e impersonal, representada por acciones compradas y vendidas en la bolsa.” (p. 44-45).

Con el correr del siglo XIX se profundizó la diferencia entre radicales y conservadores en lo que hace a la evaluación del papel de la propiedad. Los primeros (sobre todo Marx) pensaban que el capital industrial y el financiero eran un “paso esencial” hacia el socialismo. Los conservadores “estimaron que era la propia naturaleza de ese capital la que creaba inestabilidad y alienación en la población, y que el mero hecho de ser la propiedad pública o privada no la afectaba. (...) la tierra fuera el pilar de la ideología conservadora.” (p. 45).

El tercer tema del industrialismo fue la ciudad. Por primera vez ésta llegó a ser tema de “pasión ideológica”. “Antes del siglo XIX, la ciudad, al menos en la medida en que que se ocupan de ella los escritos de los humanistas, fue considerada como depositaria de todas las gracias y virtudes de la civilización (...) Pero el rechazo real de la ciudad, el miedo a ella como fuerza de cultura, y los presagios relativos a las afecciones psicológicas que incuba, configuran una actitud mental casi desconocida antes del siglo XIX. (...) la ciudad constituye el contexto de casi todas las proposiciones sociológicas relativas a la desorganización, la alienación y el aislamiento mental: estigmas todos de la pérdida de comunidad y pertenencia.” (p. 46).

En un principio, radicales y conservadores coincidieron en el desagrado ante el urbanismo. A medida que avanzaba el siglo XIX, el radicalismo se volvió cada vez más “urbano”. (p. 46-47). “Marx consideró el nacimiento del urbanismo como una bendición capitalista, algo que debía difundirse más aún en el futuro orden socialista. El carácter esencialmente ≪urbano≫ del pensamiento radical moderno (...) procede en gran medida de Marx y de una concepción que relegó el ruralismo a la condición de un factor retrógrado. (...) Si el radicalismo moderno es urbano en su mentalidad, el conservadurismo, en cambio, es en gran medida rural.” (p. 47).

Los otros dos temas fueron la tecnología y el sistema fabril. Su efecto fue enorme: influyeron sobre la relación histórica entre el hombre y la mujer; amenazaron volver caduca a la familia tradicional; abolían la separación entre la ciudad y el campo; aumentaron exponencialmente las fuerzas productivas. (p. 48).

Los radicales (aquí se refiere fundamentalmente a los marxistas) criticaron la alienación generada por el sistema fabril, pero “mientras Marx vislumbró en la máquina una forma de esclavitud y una manifestación de la alienación del trabajo, identificó cada vez más esa esclavitud y esa alienación con la propiedad privada, más que con la máquina como tal.” (p. 48).

Los conservadores desconfiaron de las máquina y de su división mecánica del trabajo, porque el sistema amenazaba destruir al campesino, al artesano, a la familia y a la comunidad local. (p. 48).


La democracia como revolución (pp. 50-64)

La Revolución Francesa fue “la primera gran revolución ideológica de la historia de Occidente.” (p. 50).

“Aquí apenas podemos insinuar los alcances e intensidad de la influencia de la Revoluciòn sobre el pensamiento europeo. Bastará para ello considerar al sociólogo. De Comte a Durkheim, sin excepción, le asignaron un papel decisivo en el establecimiento de las condiciones sociales que le interesaban en forma inmediata.” (p. 51).

“...la Revolución Francesa fue la primera revolución profundamente ideológica. (...) cualesquiera fueran las fuerzas subyacentes al comienzo, el poder de la prédica moral, de la filiación ideológica, de la creencia política guiada puramente por la pasión, alcanzó un punto casi sin precedentes en la historia, salvo tal vez en las guerras o rebeliones religiosas. El aspecto ideológico es bastante notorio en la Declaración de los Derechos del Hombre y en los primero debates relativos al sitio que debía ocupar la religión; pero alcanzó una intensidad casi apocalíptica en los tiempos del ≪Comité de Salud Pública≫.” (p. 52-53).

“Es debido a su carácter ideológico que la Revolución se transformó en obsesión de los intelectuales durante décadas. (...) ella contribuyó a promover en Europa occidental las actitudes mentales acerca del bien y del mal en la política, reservadas antes a la religión y a la demonología. Todo el carácter de la política y del rol de los intelectuales en ella cambió con la estructura del Estado y su relación con los intereses sociales y económicos.” (p. 54-55).

Nisbet examina brevemente la política de la Revoluciòn para los gremios y corporaciones, la familia, el control de la educación, la religión.

“Por múltiples razones (...) debemos considerar en realidad a la Revolución según la imagen que de ella se formaron las generaciones de intelectuales que la sucedieron: la obra combinada de la liberación, la igualdad y el racionalismo.” (p. 60).



Individualización, abstracción y generalización (pp. 64-67)

Nisbet sostiene que las dos Revoluciones (Industrial y Francesa) tuvieron en común tres procesos “más amplios y fundamentales”. “Ellos representan gran parte de lo que significó el cambio revolucionario para los filósofos y estudiosos de la ciencia social del siglo XIX. La importancia de cada uno de ellos ha perdurado hasta el siglo XX.” (p. 64). Dichos procesos son los siguientes:

a) Individualización: Se produce la separación de los individuos de las estructuras comunales y corporativas: de los gremios, de la comunidad aldeana, de la iglesia histórica, la casta o el estado, y de los lazos patriarcales en general. (p. 64). “No el grupo sino el individuo era el heredero del desarrollo histórico; no el gremio, sino el empresario; no la clase o el Estado, sino el ciudadano; no la tradición litúrgica o corporativa, sino la razón individual.” (p. 64-65). La sociedad aparece como el agregado de unidades separadas y no como un todo orgánico. (p. 65).

b) Abstracción: Antes de las dos Revoluciones, los valores habían surgido unidos a un contexto determinado (generalmente la comunidad aldeana). “Ahora, un sistema tecnológico de pensamiento y conducta comenzaba a interponerse entre el hombre y el hábitat natural directo. Otros valores habían dependido de los lazos del patriarcalismo, de una asociación estrecha y primaria, y de un sentido de lo sacro que se apoyaba en un concepto religioso o mágico del mundo. Ahora, esos valores se volvían abstractos - a causa de la tecnología, la ciencia y la democracia política -, eran desplazados de lo particular y de lo concreto.” (p. 65).

c) Generalización: La tendencia al particularismo desapareció. Tanto en el plano económico como en lo político se tendió a dejar de lado los rasgos particulares y a concentrarse en los rasgos generales (la clase, la nación, la ciudadanía, el mercado mundial). (p. 66).


Villa del Parque, lunes 25 de julio de 2016


NOTAS:

(1) Utilicé la traducción española de Enrique Molina de Vedia: Nisbet, Robert. (1969). La formación del pensamiento sociológico. Buenos Aires: Amorrortu. (pp. 37-67). Agradezco a mi compañera Pez López, quien me facilitó su fotocopia del original y sus notas de lectura.
La obra fue publicada por primera vez en inglés: Nisbet, Robert. (1966). The Sociological Tradition. New York: Basic Books.
(2) Para las dos Revoluciones, el texto clásico es: Hobsbawm, Eric J. ⦗1º edición: 1964⦘. (1982). Las revoluciones burguesas. Barcelona: Guadarrama.
(3) Los textos entre corchetes ([]) son de mi autoría (AM).

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