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domingo, 15 de abril de 2018

CALENTANDO MOTORES PARA LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL: APUNTES SOBRE EL DESARROLLO ECONÓMICO EUROPEO EN EL SIGLO XVIII




El historiador Robert DuPlessis, profesor en Swarthmore College, es autor de la obra Transiciones al capitalismo en Europa durante la Edad Moderna, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2001 (Traducción española de Isabel Moll). En la presente ficha de lectura presento la forma en que DuPlessis analiza el período previo a la Revolución Industrial de fines del siglo XVIII. La ficha abarca sólo unas pocas páginas del libro.


DuPlessis examina cuatro casos de industrialización durante el siglo XVIII: República de Holanda, Países Bajos meridionales, Francia e Inglaterra. Las diferencias entre ellos permiten comprender lo específico del caso inglés, así como también la complejidad del proceso conocido como Revolución Industrial, que no puede explicarse a parte de la acción de una variable o de un reducido grupo de variables.


v  República de Holanda (pp. 314-319)
La evolución de la industria holandesa siguió en el siglo XVIII una tendencia diferente a la de los países que se industrializaban. Dicho en pocas palabras, la industria entró en decadencia, la cual se fue profundizando a lo largo de dicho siglo.

Las señales de crisis comenzaron a fines del siglo XVII, pero se acentuaron a partir de 1720. Comenzó en los oficios textiles de las ciudades holandesas (esos mismos oficios que habían iniciado la expansión de la República) [1]. Luego, desde la década de 1720, se difundió a las otras ramas. [2]

“Las principales causas del declive industrial holandés fueron la retracción de la demanda interior y la pérdida del mercado exterior. Durante la Edad de Oro, el auge de la industria se debió a la prosperidad agrícola y a la elevada disponibilidad de ingresos de una población urbana en rápido crecimiento. Estas bases se hundieron en el XVIII. La apatía del sector agraria ya no permitía el dinamismo de la demanda de los años anteriores. En un período de consolidación o, en algunos lugares, de retroceso, no se realizaron inversiones a gran escala y se difería el mantenimiento rutinario y la reposición de bienes de equipo.” (p. 316).

A los factores mencionados, hay que agregarles: a) caída de la población urbana, a punto tal que a partir de 1700 muchas ciudades perdieron habitantes; b) deuda estatal, acumulada a consecuencia de las guerras con Gran Bretaña y Francia; c) aumento de los tributos sobre el consumo popular, cuyo objetivo era el pago de la deuda estatal; d) extenso subempleo y desempleo como consecuencia del declive industrial; e) presión a la baja sobre los salarios.

Las colonias de la República no servían para reactivar la demanda: las de América eran pequeñas en tamaño y población; las de las Indias Orientales compraban pocos productos holandeses.

El comercio exterior era desfavorable para Holanda. Tanto su mercado interior como el colonial eran accesibles a la importación de mercancías, como consecuencia de la acción de los comerciantes que controlaban el comercio y el gobierno de la República y que se oponían a restricciones que pudieran limitar sus negocios. Rechazaba el proteccionismo y, en consecuencia, los derechos de aduana eran bajos.

La República perdió la primacía comercial europea en la primera mitad del siglo XVIII. En parte por el libre comercio mencionado en el párrafo anterior, en parte como efecto de las medidas proteccionistas adoptadas por varios países europeos.

Cesaron las innovaciones técnicas. Causa probable: “La tecnología holandesa, en comparación con las pautas del sistema de distribución definidas en términos de trabajo intensivo, permitía ahorrar trabajo, lo que era beneficioso para un país con salarios muy elevados, al tiempo que hacía un uso excelente del viento y de la turba, las fuentes de energía más abundantes del país.” (p. 318).

La expansión de la industrial textil rural [3] se detuvo a mediados del siglo XVIII porque quedó excluida del mercado exterior.

A fines del siglo XVIII, la economía holandesa mantenía cierto dinamismo gracias a: 1) el creciente poder de las finanzas rurales; 2) la difusión de la agricultura comercial en las provincias interiores; 3) capacidad de algunos sectores del comercio para adaptarse a nuevas condiciones.

Como síntesis de los procesos descriptos en los párrafos precedentes basta indicar que hacia 1800, el valor de las manufacturas importadas era nueve veces más elevado que el de las exportaciones industriales.


v  Países Bajos meridionales (pp. 319-322)

La guerra y la ocupación extranjera asolaron buena parte del país entre la década de 1670 y 1713. Luego, la debilidad militar hizo que el mercado interior fuera accesible a los competidores. La paz de Utrech (1713-1715) cedió estas provincias a la administración de los Habsburgo de Austria; prohibió a las provincias establecer sus propias tarifas, manteniendo la apertura a las mercancías extranjeras.

La recuperación económica comenzó en la década de 1720,  cuando se instalaron en el campo y, en menor medida, en la ciudad, numerosas protoindustrias dedicadas a la fabricación de bienes de bajo costo y calidad modesta.

“El crecimiento de la población, concentrado en las zonas rurales del centro y sur de Flandes, ya superpobladas, produjo la aparición de pequeñas tenencias agrícolas apenas productivas y el aumento de un grupo de trabajadores sin tierra cada vez más numeroso. En las ciudades, el colapso de los oficios agremiados desplazó a muchos oficiales al mercado de trabajo. Paralelamente, una agricultura muy productiva y la adopción generalizada del cultivo de la patata contuvieron los precios de los alimentos a un nivel bajo, y también los salarios debido a la abundancia de fuerza de trabajo. El resultado fue que los empresarios produjeron  manufacturas muy competitivas – sobre todo tejidos de lino -, que se vendían con facilidad.” (p. 320).

Las condiciones políticas se modificaron en 1748, con la firma de la paz de Aquisgrán. Francia y Austria establecieron relaciones de cooperación. Consecuencias para los Países Bajos meridionales: tarifas proteccionistas, subsidios y monopolios a varias industrias, se mejoró la infraestructura de transporte.

A partir de mediados del siglo XVIII, crecimiento económico. Los paños ligeros, y producción de carbón en Charleroi, estuvieron a la cabeza.

La región logró afirmar una vocación industrial en sectores “que demostraron ser plataformas de lanzamiento de la industrialización fabril mecanizada. No sorprende, por tanto, que a principios del siglo XIX los Países Bajos meridionales fueran la primera región  del continente en experimental una revolución industrial.” (p. 322).



v  Francia (pp. 322-330)

Durante el largo siglo XVIII, Francia se convirtió en la mayor potencia industrial del continente europeo. [En rigor, si en 1770 hubiésemos tenido que elegir al país con mayores chances de protagonizar la Revolución Industrial, probablemente la mayoría de nosotros habría elegido a Francia.]

Hubo una expansión sostenida de la manufactura rural, difundida enormemente después de 1650, beneficiada por el número creciente de aldeanos pobres producido por el cambio agrario y por el rápido crecimiento demográfico. En todas las aldeas aparecieron protoindustrias de lino y lana. También se produjeron bienes como clavos, cardenillo y sombreros de paja.

Se destacó el sector de productos de alta calidad realizados por trabajadores muy calificados. [4] “En general, la producción textil en Francia se incrementó en términos de metraje en tres cuartas partes, pero en términos de valor se multiplicó por dos, con una tendencia a la producción de tejidos más caros. Las industrias francesas, además, produjeron cantidades mucho mayores de bienes más económicos.” (p. 323).

Un punto controvertido es el de los efectos de la intervención estatal (sobre todo, al mercantilismo durante el ministerio de Colbert) [5] Algunos historiadores opinan que esta política implicó “una mala asignación de recursos” y que creó “unas estructuras productivas obsoletas y excesivamente reglamentadas”, que terminaron por perjudicar el desarrollo francés una vez que concluyó el estímulo inicial. DuPlessis tiene una posición más matizada respecto a los efectos del colbertismo: “La intervención estatal no garantizó el desarrollo industrial francés, pero tampoco supuso una barrera para su crecimiento.” (p. 324). [6]

En la actualidad, los historiadores modificaron la posición tradicional sobre el papel de los gremios [o jurandes]. Según esta, los gremios eran “un cuerpo que obstruía por igual toda forma de innovación tecnológica y organizativa, que tenía los precios congelados, que se aferraba a un tipo de productos totalmente pasados de moda y fuera del alcance de la mayoría de los consumidores, que incrementaba los costes de transacción y cuya inversión y beneficios eran los más bajos de todo el sector industrial.” (p. 325). DuPlessis señala que los historiadores tienen hoy una concepción diferente: los gremios eran mucho más flexibles y sabían adaptarse bien a los cambios. [7] Frente al influjo del colbertismo, que pretendía reglamentar la economía, los empresarios se apoyaban en los gremios para flexibilizar la economía.

“…los privilegios gremiales, simultáneamente, ocultaban y facilitaban el poder de los empresarios capitalistas y les ayudaban a reorganizar la producción.” (p. 326).

Eso explica porqué, cuando Turgot (1727-1781) suprimió los gremios en 1776, se enfrentó a una revuelta de maestros, empresarios e industriales locales, que lo obligaron a dejar sin efecto la medida.

El crecimiento de la economía francesa en el siglo XVIII [8] se sustentó en:

a) el mercado exterior, que compraba tanto bienes de lujo como económicos [9];

b) el mercado interior, en buena medida gracias a que la comercialización de la agricultura generó demanda de manufacturas baratas y de precio medio. [10]

El desarrollo económico no estaba exento de problemas, aunque éstos parecían menores frente al carácter sostenido del crecimiento de la economía. La demanda de las colonias francesas era reducida. Los mercados exteriores de los productos franceses experimentaron dificultades en la segunda mitad del siglo XVIII (Imperio Otomano, España y sus colonias americanas). A finales del siglo XVIII, los diseños ingleses, más sencillos, desplazaron a los franceses. El mercado interior era débil (transportes escasos, abundancia de aduanas internas, buena parte de la población rural era pobre). A partir de 1770 los campesinos enfrentaron impuestos y rentas crecientes, lo cual redujo su poder de compra; predominaban los pequeños agricultores marginales. Sólo el 9% de la población vivía en las ciudades. Consecuencia: en las décadas de 1760 y 1770 se estancó la producción de muchas industrias.

En el último cuarto del siglo XVIII, un observador atento encontraría diferencias importantes entre Francia e Inglaterra, las que permiten explicar que la segunda haya encabezado la Revolución Industrial. “A pesar de los logros conseguidos en vísperas de la Revolución, sólo una quinta parte de la población activa francesa trabajaba en la industria, frente a las más de dos quintas partes de la inglesa; en Inglaterra las manufacturas constituían dos terceras partes del comercio y en Francia sólo dos quintas partes.” (p. 329). El sector industrial francés era más reducido, la tasa de urbanización era más baja, el campesino tenía un nivel de vida más reducido: todo ello limitaba la demanda interior de bienes de consumo. [11]

“Buena parte de la industria francesa todavía utilizaba tecnología tradicional y mantenía las mismas estructuras de organización de la producción. En este contexto se produjo un crecimiento secular sostenido y relevante, al tiempo que se desarrollaron relaciones de producción capitalistas, Francia contaba con algunas protofactorías, sobre todo hilados de algodón y estampados de percal, pero los empresarios hicieron un mayor uso del recurso más importante del país: la inmensa y subempleada población rural, susceptible de recibir salarios muy bajos por un empleo industrial suplementario. Francia retuvo durante mucho tiempo una fuerte predisposición hacia un modelo de industria de pequeña escala que utilizaba trabajo intensivo, junto a un sector altamente calificado, pero el impacto de competidores más mecanizado iba a cambiar completamente la situación.” (p. 330).


v  Inglaterra (pp. 330-339)

Durante la mayor parte del siglo XVIII hubo pocos indicios de que Inglaterra terminaría siendo la cuna de la Revolución Industrial. La industria inglesa no tuvo tasas de crecimiento elevadas, ni un cambio estructural espectacular. En 1780, buena parte de la producción, del equipamiento y de los centros de trabajo eran muy similares a los de 1700 (y aún de 1600).

“Buena parte del desarrollo industrial del período representa una continuación de las tendencias que ya se manifestaban en el siglo XVI: predominio de la producción de paños, la industria más importante del país y, con diferencia, la mercancía más exportada; diversificación de manufacturas, evidenciada no sólo en el sector de la lana, en el que se desarrollaron nuevas variedades de tejidos, sino en la aparición de nuevos sectores que, en buena medida, producían bienes substitutivos de importaciones y centralidad de la industria rural. Pero también se iniciaron nuevas orientaciones que abarcaban mercados, productos, tecnología y formas de intervención estatal que afectaban tanto a la demanda como a la oferta.” (p. 330).

El desarrollo industrial inglés se vio favorecido por un acceso más diversificado a los mercados internacionales. Las colonias fueron un mercado importante. La política inglesa de expansión territorial por conquista y el incremento demográfico basado en la inmigración forzada y en la voluntaria redundaron en un extraordinario crecimiento de los mercados coloniales. [12]

Los mercados ultramarinos permitieron que la industria inglesa siguiera creciendo a pesar del proteccionismo de los países europeos; en este sentido, los mercados coloniales se encontraban muy protegidos y estaban en rápido crecimiento. A principios de la década de 1770, las manufacturas inglesas constituían el 54 % del comercio exterior del país; en cambio, en Francia, las exportaciones manufactureras representaban en 1787 una tercera parte de las exportaciones. Los dos sectores beneficiados fueron: la industria textil y la industria metalúrgica (en torno a 1800 la metalurgia constituía un 15 % de la exportación de manufacturas, frente al 3 % del siglo anterior).

En el caso inglés, los mercados interior y exterior se apoyaban mutuamente. Cuando caían las exportaciones, el mercado interno compensaba las pérdidas. “La interacción entre la demanda externa e interna constituye la cuestión clave para el desarrollo de la industria inglesa. No se trata de esferas separadas, sino que estaban conectadas formal e informalmente. En la segunda mitad del siglo XVIII, por ejemplo, las sencillas ropas de lino y algodón eran la última moda para las mujeres y los trajes de lana sin adornos para los hombres – lo que favorecía a la industria inglesa a expensas de la francesa -, y se contaba con libros, revistas y catálogos que divulgaban las modas no sólo en Inglaterra sino en todo el continente y también en el Nuevo Mundo.” (p. 333).

“El crecimiento continuado indica que la capacidad productiva no estaba mucho tiempo ociosa; de este modo, los productores, en especial las pequeñas industrias de metal, papel, vidrio e incluso algodón en sus primeros momentos, se sentían lo bastante confiados como para embarcarse en especializaciones, divisiones del trabajo y en innovaciones técnicas, intrascendentes por sí mismas pero importantes en su conjunto: estampados, moldes y máquinas sencillas para laminar y taladrar diseñadas por artesanos del metal, que abarataban sus productos y les permitían atraer a más clientes. En particular después de 1750, cuando los precios del grano aumentaron más que los salarios, el hecho de que cayera el precio de los productos industriales mantuvo fuera de peligro a la demanda. Los hogares con ingresos medianos, cuyo número pasó del 15 al 20 e incluso al 25 % de la población entre 1750 y 1780, adquirían más objetos de uso cotidiano como botes de hierro y cerámica, géneros de lino y estampados de algodón, precisamente el tipo de productos en los que se especializó la industria británica. Artesanos, obreros y agricultores empezaron, a su vez, a utilizar medios fabricados a máquina, a medir el tiempo con los relojes o a engalanar con lazos sus sombreros.” (p. 333-334).

La adopción de nuevas tecnologías fue un proceso lento hasta 1790; luego se aceleró e impactó a los sectores en rápido desarrollo como el textil y el metalúrgico.

La intervención estatal fue importante. No se crearon empresas como las patrocinadas por el Estado francés, pero no puede hablarse de una economía de libre mercado en Gran Bretaña, “ni por lo que concierne a la oferta ni por lo que concierne a la demanda” (p. 334). Hubo fuertes tarifas sobre las importaciones de productos que afectaban industrias en desarrollo.

Las industrias más dinámicas se localizaban en el campo. Algunas actividades industriales (sobre todo, textiles y de confección) con sede en Londres transferían parte de las tareas menos calificadas a las áreas rurales, donde los salarios eran más bajos. “La extensión de la industria rural en el siglo XVIII fue de tal magnitud que puede decirse que representa un nuevo punto de partida. La diversidad de procesos (…) terminó al fin por activar el potencial del sector agrario, al tiempo que aceleró los cambios en la producción urbana. Las actividades, los centros de trabajo y las relaciones de producción de los distritos rurales industrializados acabaron asimilándose totalmente.” (p. 338).

En el plano demográfico, se verificaron grandes modificaciones en el transcurso del siglo XVIII. Por un lado, crecimiento de la población rural. Por otro, reorganización de la geografía agrícola e industrial: 1) las zonas cerealeras del Sur y del Este terminaron por utilizar sólo fuerza de trabajo masculina tiempo completo, en tanto que las mujeres y los niños trabajaban en industrias diversas como el trenzado de paja, los encajes, la fabricación de botones, etc.; en los papeles, experimentaron un proceso de desindustrialización; 2) las regiones del Norte y del Oeste se volcaron cada vez más a las actividades pastoriles, mientras que el excedente de mano de obra se volcó casi todo en actividades no agrícolas [13], de este modo, pasaron a ser los centros de producción textil, minera y metalúrgica del país; 3) el proceso de urbanización se aceleró: la proporción de habitantes de centros urbanos pasó de un 9 % en 1650 a un 20 % en 1800. (p. 337).

“En cuanto al ritmo del crecimiento general, Gran Bretaña fue durante mucho tiempo por detrás de Francia. Pero Gran Bretaña gozaba de ventajas que aceleraron la expansión a medida que avanzaba el siglo [XVIII]. Una agricultura más productiva y un sistema comercial más eficiente mantuvieron una proporción más pequeña de población dedicada a la producción de alimentos. Por eso, aunque no se aceleraron las tasas de crecimiento ni los niveles de productividad, que eran excepcionalmente elevadas en relación con las medias europeas, el hecho de contar con un mayor número de trabajadores industriales se traducía en el aumento de la producción de manufacturas. Los artículos industriales, igual que los productos agrícolas, se beneficiaron también del ahorro en los costes de transacción debido a mejoras en las formas de comercialización – en especial, del aumento creciente de tiendas al por menor – y en la estructura del transporte, no sólo por la construcción de canales, sobre todo en los Midlands, sino también por la creación de una red de carreteras que se amplió de manera exponencial entre 1720 y 1770, iniciando el avance imparable de los medios de transporte y servicios relacionados.” (p. 337).

A lo anterior, hay que agregarle que en el siglo XVIII, Inglaterra reemplazó a la República de Holanda en el liderazgo comercial europeo. Los ingleses se beneficiaron con la participación en multitud de mercados, compensando los desequilibrios momentáneos.

Inglaterra consiguió la supremacía tecnológica europea, superando a los holandeses.

Por último, la demanda interior fue motorizada por unas clases medias en expansión, aunque heterogéneas: agricultores comerciantes, pequeños empresarios, tenderos, artesanos competentes.



Villa del Parque, domingo 15 de abril de 2018


NOTAS:

[1] En Leyden, la producción de piezas de tela pasó fue de 144000 en 1664; 85000 en 1700; 54000 en 1750; 29000 en 1795. (p. 315).

[2] Dos ejemplos. En 1708 los astilleros de Zaan botaron 396 navíos; en 1790, la cifra de navíos botados fue 5. La elaboración de cerveza (una de las industrias que generó mayor empleo y mayores exportaciones), experimentó una caída de tres cuartas partes de su producción a lo largo del siglo XVIII. (p. 315).

[3] “Los empresarios holandeses, como la mayoría de empresarios europeos a finales del siglo XVII, intentaron reducir costes y trasladaron la producción a las áreas rurales, especialmente a las provincias del interior, donde el cambio agrario había originado una importante reserva de trabajo excedente.” (p. 318).

[4] Por ejemplo, la producción de seda en Lyon pasó de emplear 3000 trabajadores en 1660 a 14000 en 1739. (p. 323).

[5] Las medidas tomadas por Jean-Baptiste Colbert (1619-1683) incluían tarifas preferentes a la prohibición de importaciones, monopolios, ayudas financieras a los artesanos inmigrantes, liberación de ordenanzas de gremios, préstamos y concesiones de dinero, edificios, bienes de equipo y materias primas.

[6] Entre los logros del colbertismo, se destacan la creación del cuerpo de inspectores del Estado; las empresas estatales, que conseguían beneficios muy elevados y que pusieron a Francia a la cabeza de la producción de artículos de lujo en Europa; la introducción (por las manufacturas reales) de las innovaciones tecnológicas de la época, como las spinning jennies, las water frames y los hornos de coque.

[7] “Es cierto que muchos gremios se resistieron a todo tipo de cambios, pero, al contrario que en Alemania, muchos de ellos – tal vez la mayoría – se mostraron cada vez más flexibles y capaces de adaptarse al cambio, porque los maestros con más poder emprendían a menudo iniciativas empresariales. Por ello, los jurandes permitieron a los patronos que subcontrataran fuera de los límites del gremio, que emplearan a oficiales libres (es decir, no agremiados) para trabajar con artesanos agremiados y que reorganizaran los horarios, las condiciones de trabajo y los métodos de producción a expensas de privilegios que durante mucho tiempo se consideraron sacrosantos. Todas estas innovaciones permitieron reducir costes, al tiempo que favorecieron la concentración del control de producción a manos de grupos más reducidos. (…) los gremios no impidieron ni la proliferación de nuevos productos fabricados totalmente fuera del control de los jurandes, ni el desarrollo de la industria rural.” (p. 325).

[8] Durante el siglo XVIII el producto interno bruto se multiplicó por cuatro. (p. 327). La producción industrial creció a un ritmo del 1,9 % anual entre 1701-1710 y 1781-90, frente al 1,1 % de Gran Bretaña. (p. 329). A comienzos del siglo XVIII, la industria representaba un cuarto de toda la producción francesa (en Inglaterra la industria era un tercio del total de la producción), en tanto que a finales del siglo era de las dos quintas partes del producto total. (p. 329).

[9] El tráfico ultramarino multiplicó por ocho su valor en el siglo XVIII, en tanto que todo el comercio exterior francés sólo se triplicó. (p. 326).

[10] “El consumo popular y de las clases medias creció también, y los tejidos y el negocio de la confección fueron los sectores más beneficiados. Los continuos cambios de moda hacían que la gente adquiriera más productos; las telas más ligeras y atractivas eran las más beneficiadas y novedades como la ropa interior, pañuelos y cortinas para ventanas se convirtieron en necesidades. (…) La producción de bienes de lujo continuaba monopolizando el extenso mercado interno de bienes de alta calidad.” (p. 327).

[11] En 1789 se extrajeron en Francia 600.000 toneladas de carbón; en Inglaterra, en 1750 se extraían unos 5 millones y en 1800, 15 millones de toneladas.

[12] A principios del siglo XVIII, la Europa continental controlaba el 84 % de la exportación mundial de manufacturas, hacia 1775 controlaba menos de la mitad. En cambio, la proporción de exportaciones inglesas de manufacturas a Norteamérica y las Antillas pasó de un 10 % a cerca de un 47 %, a Irlanda de un 2 % a un 6%, a África, Asia, el Levante e Hispanoamérica de un 3 a un 8 %. (p. 331).

[13] En 1750, en algunos distritos del Lancashire el 85 % de los cabezas de familia masculinos trabajaban en la producción textil. (p. 336).

3 comentarios:

Unknown dijo...

Hola buenas tardes, acabo de descubrir su blog y me llamó la atención. Soy estudiante de sociología en la UNAM México.
Me podria recomendar autores que aborden el tema de ideología, le agradeceria enormemente su ayuda.
Felicitaciones por el blog.

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Excelente artículo. Gracias 😊